El toque femenino

Autores
Bustos, María Guadalupe
Año de publicación
2018
Idioma
español castellano
Tipo de recurso
tesis de grado
Estado
versión publicada
Colaborador/a o director/a de tesis
Nusenovich, Marcelo
Descripción
La mujer ha jugado distintos papeles a lo largo de la historia, ser musa inspiradora, es uno de ellos. Muchas de las obras más universales y reconocidas del arte son representaciones femeninas. Confirmando así que desde hace miles de años las mujeres han sido una de las mayores fuentes de inspiración en el arte. Particularmente, en mis obras, siempre estuvo presente la mujer como musa, como tema, como “esencia”, como matiz, impregnando mi trabajo de su ser, de forma romántica y dulce y otras veces a modo de protesta y disconformidad. En la mayoría de las representaciones, a lo largo de la historia del arte, ellas aparecen desnudas, enmarcadas y relacionadas con el contexto y la cultura del momento. Comenzando en las “Venus” prehistóricas, hasta las voluptuosas figuras de las mujeres en las obras del Renacimiento, donde floreció la admiración por el desnudo femenino, a pesar de que el estudio del cuerpo humano y su conversión en obra de arte, conviviera desde la Edad Media con la visión de la mujer como ser pecaminoso, desconocido, incompleto y temido por los hombres. Quienes consideraban al sexo femenino como el origen del mal, representación del demonio y camino hacia el pecado. La acentuación de los rasgos femeninos siempre se ha relacionado con la idea de la continuidad de la especie. Desde el inicio de la historia, vemos que la mujer no tuvo oportunidad de reconocerse auténticamente, siempre, y en grados diferentes según regiones y épocas, dependió del hombre para justificar su existencia dentro del mundo terrenal. La mayoría de las mujeres en el Renacimiento acababan siendo madres, y la maternidad era su profesión y su identidad. Sus vidas desde la adolescencia, en casi todos los grupos sociales, eran un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo. Si bien, hubo mujeres que desde la Edad Media lucharon por sus derechos, teniendo una escasa participación en sociedad, es recién en la Ilustración que van a ganar más relevancia social e intelectual. En su libro Historia de la belleza, Umberto Eco habla del siglo XVIII como un siglo que marca la aparición de la mujer en la vida pública. Y además agrega: [...] También se ve en las imágenes pictóricas, cuando las damas barrocas son sustituidas por mujeres menos sensuales pero más libres, despojadas ya del asfixiante corsé, y con la melena ondeando libremente: a finales del siglo XVIII está de moda no ocultar el pecho, que a veces se muestra libremente por encima de una faja que lo sostiene y marca el talle. A partir de la mitad del siglo XIX, la definición del género femenino fue tema de discusión desde múltiples ángulos. Buscando normalizar la naturaleza femenina, convencionalizando de ese modo sus funciones en la sociedad. Desde posicionamientos religiosos, morales, higienistas, fisiológicos, políticos e incluso artísticos, se construyó un discurso que dio naturaleza a las mujeres sin que estas tuvieran participación en la conformación del mismo. Los sucesos históricos han consagrado un canon estético lineal, absoluto y universal en lo que tiene que ver con la mujer. Desde este punto de vista la representación de la imagen femenina es una de las temáticas centrales para la historia del arte, pero esto constituye un caso en que la figura de la mujer se describe como objeto del arte y no como sujeto activo. Con la llegada del movimiento Pop en el siglo XX, se comenzó a ironizar sobre ciertos estereotipos femeninos. Los medios de comunicación como parte primordial de la sociedad de consumo e inductora de valores provoca una nueva reflexión sobre la representación de lo femenino y su utilización en la publicidad, retomando los dos tipos de modelos más antiguos: la mujer sumisa y la mujer seductora. En mi trabajo realizo una aproximación a la representación de estos dos tipos de mujeres, situadas en los años 50’. Un período definido por una mentalidad de ortodoxia, por grandes cambios a nivel mundial, el materialismo, el consumismo...Una sociedad concentrada en captar la representación del eterno femenino y muchas veces convertirlo en solo un objeto, ícono de belleza. La elección de este periodo para desarrollar y situar temporal y espacialmente mis trabajos tiene que ver, por un lado, con la gran atracción que siento hacia el carácter estético y plástico visible en la forma de vida del momento y la “cercanía” temporal a dicho periodo, que me proporcionaron mis abuelas con algunos de los relatos de su forma de vivirlos. Relatos que hacían alusión al trabajo manual casero (costura, bordados, lo referido a la cocina, etc.), “el toque femenino” aplicado a tareas del hogar. Y, por otro lado, como expresión y medio de protesta hacia los ideales y pensamientos de una época marcada por una dualidad entre la mujer que debía desvivirse por ser más atractiva y femenina para su esposo, y, además, ser una “feliz ama de casa” abandonando cualquier posibilidad de soñar con otras metas. BARRANCOS, 2010. Con el paso del tiempo, los usos y costumbres cambian constantemente y cada vez que escuchamos las historias de las abuelas en las que cuentan cómo vivían en sus años, no podemos menos que asombrarnos con las enormes diferencias que hay entre ellas y nosotras. Como sabemos, en los años 50’ la igualdad y los derechos de las mujeres no eran precisamente un tema muy popular; en esos días el papel principal de cualquier mujer “de su casa” era convertirse en una buena esposa y madre abnegada. En este período, por otro lado, comenzó un proceso de reformulación de la identidad femenina, una nueva definición de feminidad. Por ello los diferentes tipos iconográficos desempeñarán un papel significativo en la identidad y auto percepción de las mujeres. Una identidad que se asimilaba a través de los discursos y las imágenes. No es posible abordar los diferentes tipos de representación de la mujer en este lapso cronológico sin realizar una vinculación con la historia social del momento. Durante las vanguardias, la mujer tuvo el estigma cada vez mayor de ser parte de un deseo sexual casi nunca permitido, casi nunca puro. El desnudo femenino, más allá de la simple idea de la belleza, aparecerá más claramente asociado al erotismo y la sexualidad, con obras claramente sugerentes, abandonando poco a poco la inocencia para llegar a una provocación directa y sin trabas, relacionándose también con los cambios sociales en los que la mujer adquiere mayor libertad social, comenzando por sí misma y por su propio cuerpo. A partir de la década de los sesenta el cuerpo se convierte en un espacio recurrente del arte hecho por mujeres. Porque el cuerpo es un símbolo que permite reflexionar sobre la mujer como sujeto y objeto, sobre el diseño del cuerpo y del sentido de lo femenino. El uerpo lo es todo y simboliza la cultura femenina en su totalidad hasta llegar al supuesto de hacer del cuerpo un objeto ineludible en el ámbito del arte. Así, el cuerpo ha sido un punto de partida para desafiar todos los cánones sociales y toda la tradición pictórica permitiendo la proliferación de múltiples referencias de sentido, de exploración y de redefiniciones. Por esto es que ha sido uno de los temas centrales del arte de género junto con un mundo de referencias y lugares que se repiten a lo largo de la historia. La naturaleza, la belleza, el parto, el espacio privado de la reclusión doméstica, las labores, los objetos asociados con el mundo femenino, la moral y la clasificación de las mujeres .
Materia
feminidad
historia del té
moda
mujer
pop art
Nivel de accesibilidad
acceso abierto
Condiciones de uso
Repositorio
Repositorio Digital Universitario (UNC)
Institución
Universidad Nacional de Córdoba
OAI Identificador
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Buscando normalizar la naturaleza femenina, convencionalizando de ese modo sus funciones en la sociedad. Desde posicionamientos religiosos, morales, higienistas, fisiológicos, políticos e incluso artísticos, se construyó un discurso que dio naturaleza a las mujeres sin que estas tuvieran participación en la conformación del mismo. Los sucesos históricos han consagrado un canon estético lineal, absoluto y universal en lo que tiene que ver con la mujer. Desde este punto de vista la representación de la imagen femenina es una de las temáticas centrales para la historia del arte, pero esto constituye un caso en que la figura de la mujer se describe como objeto del arte y no como sujeto activo. Con la llegada del movimiento Pop en el siglo XX, se comenzó a ironizar sobre ciertos estereotipos femeninos. Los medios de comunicación como parte primordial de la sociedad de consumo e inductora de valores provoca una nueva reflexión sobre la representación de lo femenino y su utilización en la publicidad, retomando los dos tipos de modelos más antiguos: la mujer sumisa y la mujer seductora. En mi trabajo realizo una aproximación a la representación de estos dos tipos de mujeres, situadas en los años 50’. Un período definido por una mentalidad de ortodoxia, por grandes cambios a nivel mundial, el materialismo, el consumismo...Una sociedad concentrada en captar la representación del eterno femenino y muchas veces convertirlo en solo un objeto, ícono de belleza. La elección de este periodo para desarrollar y situar temporal y espacialmente mis trabajos tiene que ver, por un lado, con la gran atracción que siento hacia el carácter estético y plástico visible en la forma de vida del momento y la “cercanía” temporal a dicho periodo, que me proporcionaron mis abuelas con algunos de los relatos de su forma de vivirlos. Relatos que hacían alusión al trabajo manual casero (costura, bordados, lo referido a la cocina, etc.), “el toque femenino” aplicado a tareas del hogar. Y, por otro lado, como expresión y medio de protesta hacia los ideales y pensamientos de una época marcada por una dualidad entre la mujer que debía desvivirse por ser más atractiva y femenina para su esposo, y, además, ser una “feliz ama de casa” abandonando cualquier posibilidad de soñar con otras metas. BARRANCOS, 2010. Con el paso del tiempo, los usos y costumbres cambian constantemente y cada vez que escuchamos las historias de las abuelas en las que cuentan cómo vivían en sus años, no podemos menos que asombrarnos con las enormes diferencias que hay entre ellas y nosotras. Como sabemos, en los años 50’ la igualdad y los derechos de las mujeres no eran precisamente un tema muy popular; en esos días el papel principal de cualquier mujer “de su casa” era convertirse en una buena esposa y madre abnegada. En este período, por otro lado, comenzó un proceso de reformulación de la identidad femenina, una nueva definición de feminidad. Por ello los diferentes tipos iconográficos desempeñarán un papel significativo en la identidad y auto percepción de las mujeres. Una identidad que se asimilaba a través de los discursos y las imágenes. No es posible abordar los diferentes tipos de representación de la mujer en este lapso cronológico sin realizar una vinculación con la historia social del momento. Durante las vanguardias, la mujer tuvo el estigma cada vez mayor de ser parte de un deseo sexual casi nunca permitido, casi nunca puro. El desnudo femenino, más allá de la simple idea de la belleza, aparecerá más claramente asociado al erotismo y la sexualidad, con obras claramente sugerentes, abandonando poco a poco la inocencia para llegar a una provocación directa y sin trabas, relacionándose también con los cambios sociales en los que la mujer adquiere mayor libertad social, comenzando por sí misma y por su propio cuerpo. A partir de la década de los sesenta el cuerpo se convierte en un espacio recurrente del arte hecho por mujeres. Porque el cuerpo es un símbolo que permite reflexionar sobre la mujer como sujeto y objeto, sobre el diseño del cuerpo y del sentido de lo femenino. El uerpo lo es todo y simboliza la cultura femenina en su totalidad hasta llegar al supuesto de hacer del cuerpo un objeto ineludible en el ámbito del arte. Así, el cuerpo ha sido un punto de partida para desafiar todos los cánones sociales y toda la tradición pictórica permitiendo la proliferación de múltiples referencias de sentido, de exploración y de redefiniciones. Por esto es que ha sido uno de los temas centrales del arte de género junto con un mundo de referencias y lugares que se repiten a lo largo de la historia. La naturaleza, la belleza, el parto, el espacio privado de la reclusión doméstica, las labores, los objetos asociados con el mundo femenino, la moral y la clasificación de las mujeres .
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Comenzando en las “Venus” prehistóricas, hasta las voluptuosas figuras de las mujeres en las obras del Renacimiento, donde floreció la admiración por el desnudo femenino, a pesar de que el estudio del cuerpo humano y su conversión en obra de arte, conviviera desde la Edad Media con la visión de la mujer como ser pecaminoso, desconocido, incompleto y temido por los hombres. Quienes consideraban al sexo femenino como el origen del mal, representación del demonio y camino hacia el pecado. La acentuación de los rasgos femeninos siempre se ha relacionado con la idea de la continuidad de la especie. Desde el inicio de la historia, vemos que la mujer no tuvo oportunidad de reconocerse auténticamente, siempre, y en grados diferentes según regiones y épocas, dependió del hombre para justificar su existencia dentro del mundo terrenal. La mayoría de las mujeres en el Renacimiento acababan siendo madres, y la maternidad era su profesión y su identidad. Sus vidas desde la adolescencia, en casi todos los grupos sociales, eran un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo. Si bien, hubo mujeres que desde la Edad Media lucharon por sus derechos, teniendo una escasa participación en sociedad, es recién en la Ilustración que van a ganar más relevancia social e intelectual. En su libro Historia de la belleza, Umberto Eco habla del siglo XVIII como un siglo que marca la aparición de la mujer en la vida pública. Y además agrega: [...] También se ve en las imágenes pictóricas, cuando las damas barrocas son sustituidas por mujeres menos sensuales pero más libres, despojadas ya del asfixiante corsé, y con la melena ondeando libremente: a finales del siglo XVIII está de moda no ocultar el pecho, que a veces se muestra libremente por encima de una faja que lo sostiene y marca el talle. A partir de la mitad del siglo XIX, la definición del género femenino fue tema de discusión desde múltiples ángulos. 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Los medios de comunicación como parte primordial de la sociedad de consumo e inductora de valores provoca una nueva reflexión sobre la representación de lo femenino y su utilización en la publicidad, retomando los dos tipos de modelos más antiguos: la mujer sumisa y la mujer seductora. En mi trabajo realizo una aproximación a la representación de estos dos tipos de mujeres, situadas en los años 50’. Un período definido por una mentalidad de ortodoxia, por grandes cambios a nivel mundial, el materialismo, el consumismo...Una sociedad concentrada en captar la representación del eterno femenino y muchas veces convertirlo en solo un objeto, ícono de belleza. La elección de este periodo para desarrollar y situar temporal y espacialmente mis trabajos tiene que ver, por un lado, con la gran atracción que siento hacia el carácter estético y plástico visible en la forma de vida del momento y la “cercanía” temporal a dicho periodo, que me proporcionaron mis abuelas con algunos de los relatos de su forma de vivirlos. Relatos que hacían alusión al trabajo manual casero (costura, bordados, lo referido a la cocina, etc.), “el toque femenino” aplicado a tareas del hogar. Y, por otro lado, como expresión y medio de protesta hacia los ideales y pensamientos de una época marcada por una dualidad entre la mujer que debía desvivirse por ser más atractiva y femenina para su esposo, y, además, ser una “feliz ama de casa” abandonando cualquier posibilidad de soñar con otras metas. BARRANCOS, 2010. Con el paso del tiempo, los usos y costumbres cambian constantemente y cada vez que escuchamos las historias de las abuelas en las que cuentan cómo vivían en sus años, no podemos menos que asombrarnos con las enormes diferencias que hay entre ellas y nosotras. Como sabemos, en los años 50’ la igualdad y los derechos de las mujeres no eran precisamente un tema muy popular; en esos días el papel principal de cualquier mujer “de su casa” era convertirse en una buena esposa y madre abnegada. En este período, por otro lado, comenzó un proceso de reformulación de la identidad femenina, una nueva definición de feminidad. Por ello los diferentes tipos iconográficos desempeñarán un papel significativo en la identidad y auto percepción de las mujeres. Una identidad que se asimilaba a través de los discursos y las imágenes. No es posible abordar los diferentes tipos de representación de la mujer en este lapso cronológico sin realizar una vinculación con la historia social del momento. Durante las vanguardias, la mujer tuvo el estigma cada vez mayor de ser parte de un deseo sexual casi nunca permitido, casi nunca puro. El desnudo femenino, más allá de la simple idea de la belleza, aparecerá más claramente asociado al erotismo y la sexualidad, con obras claramente sugerentes, abandonando poco a poco la inocencia para llegar a una provocación directa y sin trabas, relacionándose también con los cambios sociales en los que la mujer adquiere mayor libertad social, comenzando por sí misma y por su propio cuerpo. A partir de la década de los sesenta el cuerpo se convierte en un espacio recurrente del arte hecho por mujeres. Porque el cuerpo es un símbolo que permite reflexionar sobre la mujer como sujeto y objeto, sobre el diseño del cuerpo y del sentido de lo femenino. El uerpo lo es todo y simboliza la cultura femenina en su totalidad hasta llegar al supuesto de hacer del cuerpo un objeto ineludible en el ámbito del arte. 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