Análisis del estatus ontológico del dato en ciencias sociales en relación con los métodos cualitativos y cuantitativos: Hacia una epistemología liberadora

Autores
Gialdino, Mariano Rolando
Año de publicación
2018
Idioma
español castellano
Tipo de recurso
documento de conferencia
Estado
versión publicada
Descripción
La relación de dependencia que todo saber científico posee respecto de los datos con los que articula su discurso es tan notoria que puede decirse, muy en general que, salvo contradecirlos, le está permitido todo. Un “dato”, al aparecer en un discurso científico, no puede menos que venir a representar el único anclaje posible, el lazo de unión exclusivo entre la teoría (trascendente, abstracta, universal) y el mundo (inmanente, concreto, particular). Sin datos, el discurso científico no podría diferenciar su género de cualquier otra narrativa, sin pretensiones descriptivas y explicativas sobre el universo y su funcionamiento. Epistemológicamente, el problema surge de manera bien temprana debido a que los datos son aquello que precisamente se obtiene en buena parte durante el proceso de la investigación, y por ende es siempre necesario, de alguna u otra manera, una teorización abstracta y a priori en la que se establezca qué va a considerarse dato y qué no, durante dicha investigación. Dicha opción que, repetimos, no es resultado de la investigación sino una de sus condiciones de posibilidad, determinará indefectiblemente los métodos adoptados y el marco general de validez en el que se mediará el vínculo entre teoría y mundo, o entre el sujeto que conoce y el “objeto” que es conocido. Allí estriba precisamente el carácter paradójico del conocimiento científico debido a que, lo que va a ser considerado como “dato” y garantía de objetividad es algo que siempre debe establecerse a priori de la obtención y análisis de esos mismos datos y cuya validez no depende de ninguna objetividad posible. Por el contrario, los datos suelen ser aquello sobre lo que descansan los intentos objetivistas, y por ende no pueden ser ellos mismos objetivables, sino establecidos arbitraria y axiomáticamente. A esto debemos la prioridad lógico-ontológica de la epistemología respecto de cualquier consideración metodológica. Una opción metodológica no se encuentra nunca fundamentada en los datos debido a que es lo que permite su acceso e interpretación, y por eso se trata más bien del corolario de una adscripción, a priori y abstracta, sobre consideraciones existenciales sobre el “ser” de la realidad y de aquello que puede ser conocido. Así cómo los métodos presuponen lo epistemológico, esto último supone un marco ontológico. Es lógico que si se presupone que “la verdad” se encuentra en el Texto Sagrado se privilegie, como método de acceso y conocimiento de la realidad, el latín de la escolástica al telescopio de Galileo. Es inevitable que el discurso científico parta de presupuestos no objetivables ni observables, anteriores y determinantes de la investigación empírica. Esta imposibilidad por partir de fundamentos no abstractos e ideales, por menos que sean, es aquello que nutre al pensamiento científico-escéptico y a filosofías que orientaron el desarrollo del conocimiento científico empírico tales como el falsacionismo. Galileo tendría los mismos problemas que los ministros de la Iglesia para fundamentar que es mediante los sentidos, y no el intelecto atento a la revelación, que los seres humanos conocen “lo verdadero”. Suponer que “lo real” es accesible mediante los sentidos, el intelecto, el tercer ojo, o cualquier otra facultad imaginable, no es algo que se pueda demostrar científicamente sino que es la explicación científica quién requiere la opción por alguna de dichas suposiciones. Presumir que la vigilia es más “real” que el sueño es tan arbitrario como suponer lo contrario, o sostener que todo es realidad, o todo sueño; el problema será siempre que las definiciones de “lo real”, “lo verdadero”, etc., deberán ser a priori de la investigación, cuya objetividad por eso mismo queda contaminada desde el germen. En esta línea y la de Wolcott (1994), Sandelowski et. al. (2009) nos recuerda que todo tiene el potencial de ser dato, pero nada se convierte en dato sin la intervención de un investigador que toma notas –y a veces hace notas- sobre algunas cosas, excluyendo otras. Esto es aquello que define el aspecto ontológico, en el que se adhiere a una narrativa posible sobre lo que es la realidad. De la opción ontológica que los y las investigadores realicen respecto del ser de lo “real” dependerá un marco epistemológico en tanto conjunto de principios rectores en lo que hace a la validez del proceso de conocimiento. Válido, será un conocimiento que se ajuste a una normativa epistemológica convencional, que es aquella que garantiza que el marco ontológico del investigador, igualmente arbitrario y presupuesto, será respetado. Corresponde a los Programas de Investigación Científicos definidos por Lakatos (1987) constituirse precisamente como aquellos garantes de la validez del conocimiento científico, a cuyos marcos teóricos, arbitrarios, cambiantes y convencionales, deberán ajustarse los conocimientos elaborados hasta que surja un nuevo “Programa”, en el que se adopten a nivel de su “núcleo duro” otras teorías y otras “verdades”. No estamos lejos de lo que el joven Kuhn define como “revoluciones científicas”, a saber, el abandono de un marco ontológico por otro, lo que arrastra un cambio en la epistemología y, por ende, en los métodos de investigación y conocimiento de “lo real de turno”. Podría pensarse que uno de los aspectos más relevantes de la diferencia entre los métodos cualitativos y cuantitativos en Ciencias Sociales se encuentra en la consideración que cada uno de ellos hace respecto de lo que es un dato, particularmente del lugar y estatus que ocupa en el desarrollo del proceso de conocimiento así como de sus formas de análisis. ¿Es prioritario el dato o la teoría? ¿Puede haber dato sin teoría? ¿Puede ser válida una teorización a priori? ¿Debe la teoría buscar datos que la corroboren o que la falsen? ¿Es válida una teoría por el hecho de haber encontrado datos que no la contradigan? A este tipo de interrogantes toda investigación responde siempre, de alguna u otra manera, aún si nunca se los formula. La opción por lo cualitativo o lo cuantitativo descansa precisamente en aquello que los y las científic@s sociales pretenden conocer, los “datos” que desean considerar y “las explicaciones y resultados” que esperen obtener. Todo ello depende de un marco epistemológico alimentado por una definición del “ser” de la realidad que, no puede ser de otra manera, es tan arbitraria como trascendente y a priori. Analizar el estatus ontológico que poseen los “datos” (ya de partida, ya de llegada) para los métodos cualitativos y cuantitativos obliga por eso mismo al estudio epistemológico de sus condiciones de validez y de sus presupuestos sobre el “ser” del mundo. Reflexionar sobre lo que el mundo “es”, al entrelazar conocimiento con existencia, nos ayuda a comprender que todo predominio de un marco ontológicoepistemológico hegemónico representa la imposibilidad para el surgimiento no sólo de formas alternativas de “conocer el mundo” sino, sobre todo, de habitarlo, hablando ético-políticamente.
Fil: Gialdino, Mariano Rolando. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Oficina de Coordinación Administrativa Saavedra 15. Centro de Estudios e Investigaciones Laborales; Argentina
V Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales: Métodos, metodologías y nuevas epistemologías en las ciencias sociales: desafíos para el conocimiento profundo de Nuestra América
Mendoza
Argentina
Universidad Nacional de Cuyo
Materia
METODOLOGIA
DATO
ONTOLOGIA
EPISTEMOLOGIA
Nivel de accesibilidad
acceso abierto
Condiciones de uso
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Repositorio
CONICET Digital (CONICET)
Institución
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Epistemológicamente, el problema surge de manera bien temprana debido a que los datos son aquello que precisamente se obtiene en buena parte durante el proceso de la investigación, y por ende es siempre necesario, de alguna u otra manera, una teorización abstracta y a priori en la que se establezca qué va a considerarse dato y qué no, durante dicha investigación. Dicha opción que, repetimos, no es resultado de la investigación sino una de sus condiciones de posibilidad, determinará indefectiblemente los métodos adoptados y el marco general de validez en el que se mediará el vínculo entre teoría y mundo, o entre el sujeto que conoce y el “objeto” que es conocido. Allí estriba precisamente el carácter paradójico del conocimiento científico debido a que, lo que va a ser considerado como “dato” y garantía de objetividad es algo que siempre debe establecerse a priori de la obtención y análisis de esos mismos datos y cuya validez no depende de ninguna objetividad posible. Por el contrario, los datos suelen ser aquello sobre lo que descansan los intentos objetivistas, y por ende no pueden ser ellos mismos objetivables, sino establecidos arbitraria y axiomáticamente. A esto debemos la prioridad lógico-ontológica de la epistemología respecto de cualquier consideración metodológica. Una opción metodológica no se encuentra nunca fundamentada en los datos debido a que es lo que permite su acceso e interpretación, y por eso se trata más bien del corolario de una adscripción, a priori y abstracta, sobre consideraciones existenciales sobre el “ser” de la realidad y de aquello que puede ser conocido. Así cómo los métodos presuponen lo epistemológico, esto último supone un marco ontológico. Es lógico que si se presupone que “la verdad” se encuentra en el Texto Sagrado se privilegie, como método de acceso y conocimiento de la realidad, el latín de la escolástica al telescopio de Galileo. Es inevitable que el discurso científico parta de presupuestos no objetivables ni observables, anteriores y determinantes de la investigación empírica. Esta imposibilidad por partir de fundamentos no abstractos e ideales, por menos que sean, es aquello que nutre al pensamiento científico-escéptico y a filosofías que orientaron el desarrollo del conocimiento científico empírico tales como el falsacionismo. Galileo tendría los mismos problemas que los ministros de la Iglesia para fundamentar que es mediante los sentidos, y no el intelecto atento a la revelación, que los seres humanos conocen “lo verdadero”. Suponer que “lo real” es accesible mediante los sentidos, el intelecto, el tercer ojo, o cualquier otra facultad imaginable, no es algo que se pueda demostrar científicamente sino que es la explicación científica quién requiere la opción por alguna de dichas suposiciones. 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Válido, será un conocimiento que se ajuste a una normativa epistemológica convencional, que es aquella que garantiza que el marco ontológico del investigador, igualmente arbitrario y presupuesto, será respetado. Corresponde a los Programas de Investigación Científicos definidos por Lakatos (1987) constituirse precisamente como aquellos garantes de la validez del conocimiento científico, a cuyos marcos teóricos, arbitrarios, cambiantes y convencionales, deberán ajustarse los conocimientos elaborados hasta que surja un nuevo “Programa”, en el que se adopten a nivel de su “núcleo duro” otras teorías y otras “verdades”. No estamos lejos de lo que el joven Kuhn define como “revoluciones científicas”, a saber, el abandono de un marco ontológico por otro, lo que arrastra un cambio en la epistemología y, por ende, en los métodos de investigación y conocimiento de “lo real de turno”. Podría pensarse que uno de los aspectos más relevantes de la diferencia entre los métodos cualitativos y cuantitativos en Ciencias Sociales se encuentra en la consideración que cada uno de ellos hace respecto de lo que es un dato, particularmente del lugar y estatus que ocupa en el desarrollo del proceso de conocimiento así como de sus formas de análisis. ¿Es prioritario el dato o la teoría? ¿Puede haber dato sin teoría? ¿Puede ser válida una teorización a priori? ¿Debe la teoría buscar datos que la corroboren o que la falsen? ¿Es válida una teoría por el hecho de haber encontrado datos que no la contradigan? A este tipo de interrogantes toda investigación responde siempre, de alguna u otra manera, aún si nunca se los formula. La opción por lo cualitativo o lo cuantitativo descansa precisamente en aquello que los y las científic@s sociales pretenden conocer, los “datos” que desean considerar y “las explicaciones y resultados” que esperen obtener. Todo ello depende de un marco epistemológico alimentado por una definición del “ser” de la realidad que, no puede ser de otra manera, es tan arbitraria como trascendente y a priori. Analizar el estatus ontológico que poseen los “datos” (ya de partida, ya de llegada) para los métodos cualitativos y cuantitativos obliga por eso mismo al estudio epistemológico de sus condiciones de validez y de sus presupuestos sobre el “ser” del mundo. Reflexionar sobre lo que el mundo “es”, al entrelazar conocimiento con existencia, nos ayuda a comprender que todo predominio de un marco ontológicoepistemológico hegemónico representa la imposibilidad para el surgimiento no sólo de formas alternativas de “conocer el mundo” sino, sobre todo, de habitarlo, hablando ético-políticamente.Fil: Gialdino, Mariano Rolando. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Oficina de Coordinación Administrativa Saavedra 15. 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Epistemológicamente, el problema surge de manera bien temprana debido a que los datos son aquello que precisamente se obtiene en buena parte durante el proceso de la investigación, y por ende es siempre necesario, de alguna u otra manera, una teorización abstracta y a priori en la que se establezca qué va a considerarse dato y qué no, durante dicha investigación. Dicha opción que, repetimos, no es resultado de la investigación sino una de sus condiciones de posibilidad, determinará indefectiblemente los métodos adoptados y el marco general de validez en el que se mediará el vínculo entre teoría y mundo, o entre el sujeto que conoce y el “objeto” que es conocido. Allí estriba precisamente el carácter paradójico del conocimiento científico debido a que, lo que va a ser considerado como “dato” y garantía de objetividad es algo que siempre debe establecerse a priori de la obtención y análisis de esos mismos datos y cuya validez no depende de ninguna objetividad posible. Por el contrario, los datos suelen ser aquello sobre lo que descansan los intentos objetivistas, y por ende no pueden ser ellos mismos objetivables, sino establecidos arbitraria y axiomáticamente. A esto debemos la prioridad lógico-ontológica de la epistemología respecto de cualquier consideración metodológica. Una opción metodológica no se encuentra nunca fundamentada en los datos debido a que es lo que permite su acceso e interpretación, y por eso se trata más bien del corolario de una adscripción, a priori y abstracta, sobre consideraciones existenciales sobre el “ser” de la realidad y de aquello que puede ser conocido. Así cómo los métodos presuponen lo epistemológico, esto último supone un marco ontológico. Es lógico que si se presupone que “la verdad” se encuentra en el Texto Sagrado se privilegie, como método de acceso y conocimiento de la realidad, el latín de la escolástica al telescopio de Galileo. Es inevitable que el discurso científico parta de presupuestos no objetivables ni observables, anteriores y determinantes de la investigación empírica. Esta imposibilidad por partir de fundamentos no abstractos e ideales, por menos que sean, es aquello que nutre al pensamiento científico-escéptico y a filosofías que orientaron el desarrollo del conocimiento científico empírico tales como el falsacionismo. Galileo tendría los mismos problemas que los ministros de la Iglesia para fundamentar que es mediante los sentidos, y no el intelecto atento a la revelación, que los seres humanos conocen “lo verdadero”. Suponer que “lo real” es accesible mediante los sentidos, el intelecto, el tercer ojo, o cualquier otra facultad imaginable, no es algo que se pueda demostrar científicamente sino que es la explicación científica quién requiere la opción por alguna de dichas suposiciones. Presumir que la vigilia es más “real” que el sueño es tan arbitrario como suponer lo contrario, o sostener que todo es realidad, o todo sueño; el problema será siempre que las definiciones de “lo real”, “lo verdadero”, etc., deberán ser a priori de la investigación, cuya objetividad por eso mismo queda contaminada desde el germen. En esta línea y la de Wolcott (1994), Sandelowski et. al. (2009) nos recuerda que todo tiene el potencial de ser dato, pero nada se convierte en dato sin la intervención de un investigador que toma notas –y a veces hace notas- sobre algunas cosas, excluyendo otras. Esto es aquello que define el aspecto ontológico, en el que se adhiere a una narrativa posible sobre lo que es la realidad. De la opción ontológica que los y las investigadores realicen respecto del ser de lo “real” dependerá un marco epistemológico en tanto conjunto de principios rectores en lo que hace a la validez del proceso de conocimiento. Válido, será un conocimiento que se ajuste a una normativa epistemológica convencional, que es aquella que garantiza que el marco ontológico del investigador, igualmente arbitrario y presupuesto, será respetado. Corresponde a los Programas de Investigación Científicos definidos por Lakatos (1987) constituirse precisamente como aquellos garantes de la validez del conocimiento científico, a cuyos marcos teóricos, arbitrarios, cambiantes y convencionales, deberán ajustarse los conocimientos elaborados hasta que surja un nuevo “Programa”, en el que se adopten a nivel de su “núcleo duro” otras teorías y otras “verdades”. No estamos lejos de lo que el joven Kuhn define como “revoluciones científicas”, a saber, el abandono de un marco ontológico por otro, lo que arrastra un cambio en la epistemología y, por ende, en los métodos de investigación y conocimiento de “lo real de turno”. Podría pensarse que uno de los aspectos más relevantes de la diferencia entre los métodos cualitativos y cuantitativos en Ciencias Sociales se encuentra en la consideración que cada uno de ellos hace respecto de lo que es un dato, particularmente del lugar y estatus que ocupa en el desarrollo del proceso de conocimiento así como de sus formas de análisis. ¿Es prioritario el dato o la teoría? ¿Puede haber dato sin teoría? ¿Puede ser válida una teorización a priori? ¿Debe la teoría buscar datos que la corroboren o que la falsen? ¿Es válida una teoría por el hecho de haber encontrado datos que no la contradigan? A este tipo de interrogantes toda investigación responde siempre, de alguna u otra manera, aún si nunca se los formula. La opción por lo cualitativo o lo cuantitativo descansa precisamente en aquello que los y las científic@s sociales pretenden conocer, los “datos” que desean considerar y “las explicaciones y resultados” que esperen obtener. Todo ello depende de un marco epistemológico alimentado por una definición del “ser” de la realidad que, no puede ser de otra manera, es tan arbitraria como trascendente y a priori. Analizar el estatus ontológico que poseen los “datos” (ya de partida, ya de llegada) para los métodos cualitativos y cuantitativos obliga por eso mismo al estudio epistemológico de sus condiciones de validez y de sus presupuestos sobre el “ser” del mundo. Reflexionar sobre lo que el mundo “es”, al entrelazar conocimiento con existencia, nos ayuda a comprender que todo predominio de un marco ontológicoepistemológico hegemónico representa la imposibilidad para el surgimiento no sólo de formas alternativas de “conocer el mundo” sino, sobre todo, de habitarlo, hablando ético-políticamente.
Fil: Gialdino, Mariano Rolando. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Oficina de Coordinación Administrativa Saavedra 15. Centro de Estudios e Investigaciones Laborales; Argentina
V Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales: Métodos, metodologías y nuevas epistemologías en las ciencias sociales: desafíos para el conocimiento profundo de Nuestra América
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Epistemológicamente, el problema surge de manera bien temprana debido a que los datos son aquello que precisamente se obtiene en buena parte durante el proceso de la investigación, y por ende es siempre necesario, de alguna u otra manera, una teorización abstracta y a priori en la que se establezca qué va a considerarse dato y qué no, durante dicha investigación. Dicha opción que, repetimos, no es resultado de la investigación sino una de sus condiciones de posibilidad, determinará indefectiblemente los métodos adoptados y el marco general de validez en el que se mediará el vínculo entre teoría y mundo, o entre el sujeto que conoce y el “objeto” que es conocido. Allí estriba precisamente el carácter paradójico del conocimiento científico debido a que, lo que va a ser considerado como “dato” y garantía de objetividad es algo que siempre debe establecerse a priori de la obtención y análisis de esos mismos datos y cuya validez no depende de ninguna objetividad posible. Por el contrario, los datos suelen ser aquello sobre lo que descansan los intentos objetivistas, y por ende no pueden ser ellos mismos objetivables, sino establecidos arbitraria y axiomáticamente. A esto debemos la prioridad lógico-ontológica de la epistemología respecto de cualquier consideración metodológica. Una opción metodológica no se encuentra nunca fundamentada en los datos debido a que es lo que permite su acceso e interpretación, y por eso se trata más bien del corolario de una adscripción, a priori y abstracta, sobre consideraciones existenciales sobre el “ser” de la realidad y de aquello que puede ser conocido. Así cómo los métodos presuponen lo epistemológico, esto último supone un marco ontológico. Es lógico que si se presupone que “la verdad” se encuentra en el Texto Sagrado se privilegie, como método de acceso y conocimiento de la realidad, el latín de la escolástica al telescopio de Galileo. Es inevitable que el discurso científico parta de presupuestos no objetivables ni observables, anteriores y determinantes de la investigación empírica. Esta imposibilidad por partir de fundamentos no abstractos e ideales, por menos que sean, es aquello que nutre al pensamiento científico-escéptico y a filosofías que orientaron el desarrollo del conocimiento científico empírico tales como el falsacionismo. Galileo tendría los mismos problemas que los ministros de la Iglesia para fundamentar que es mediante los sentidos, y no el intelecto atento a la revelación, que los seres humanos conocen “lo verdadero”. Suponer que “lo real” es accesible mediante los sentidos, el intelecto, el tercer ojo, o cualquier otra facultad imaginable, no es algo que se pueda demostrar científicamente sino que es la explicación científica quién requiere la opción por alguna de dichas suposiciones. Presumir que la vigilia es más “real” que el sueño es tan arbitrario como suponer lo contrario, o sostener que todo es realidad, o todo sueño; el problema será siempre que las definiciones de “lo real”, “lo verdadero”, etc., deberán ser a priori de la investigación, cuya objetividad por eso mismo queda contaminada desde el germen. En esta línea y la de Wolcott (1994), Sandelowski et. al. (2009) nos recuerda que todo tiene el potencial de ser dato, pero nada se convierte en dato sin la intervención de un investigador que toma notas –y a veces hace notas- sobre algunas cosas, excluyendo otras. Esto es aquello que define el aspecto ontológico, en el que se adhiere a una narrativa posible sobre lo que es la realidad. De la opción ontológica que los y las investigadores realicen respecto del ser de lo “real” dependerá un marco epistemológico en tanto conjunto de principios rectores en lo que hace a la validez del proceso de conocimiento. Válido, será un conocimiento que se ajuste a una normativa epistemológica convencional, que es aquella que garantiza que el marco ontológico del investigador, igualmente arbitrario y presupuesto, será respetado. Corresponde a los Programas de Investigación Científicos definidos por Lakatos (1987) constituirse precisamente como aquellos garantes de la validez del conocimiento científico, a cuyos marcos teóricos, arbitrarios, cambiantes y convencionales, deberán ajustarse los conocimientos elaborados hasta que surja un nuevo “Programa”, en el que se adopten a nivel de su “núcleo duro” otras teorías y otras “verdades”. No estamos lejos de lo que el joven Kuhn define como “revoluciones científicas”, a saber, el abandono de un marco ontológico por otro, lo que arrastra un cambio en la epistemología y, por ende, en los métodos de investigación y conocimiento de “lo real de turno”. Podría pensarse que uno de los aspectos más relevantes de la diferencia entre los métodos cualitativos y cuantitativos en Ciencias Sociales se encuentra en la consideración que cada uno de ellos hace respecto de lo que es un dato, particularmente del lugar y estatus que ocupa en el desarrollo del proceso de conocimiento así como de sus formas de análisis. ¿Es prioritario el dato o la teoría? ¿Puede haber dato sin teoría? ¿Puede ser válida una teorización a priori? ¿Debe la teoría buscar datos que la corroboren o que la falsen? ¿Es válida una teoría por el hecho de haber encontrado datos que no la contradigan? A este tipo de interrogantes toda investigación responde siempre, de alguna u otra manera, aún si nunca se los formula. La opción por lo cualitativo o lo cuantitativo descansa precisamente en aquello que los y las científic@s sociales pretenden conocer, los “datos” que desean considerar y “las explicaciones y resultados” que esperen obtener. Todo ello depende de un marco epistemológico alimentado por una definición del “ser” de la realidad que, no puede ser de otra manera, es tan arbitraria como trascendente y a priori. Analizar el estatus ontológico que poseen los “datos” (ya de partida, ya de llegada) para los métodos cualitativos y cuantitativos obliga por eso mismo al estudio epistemológico de sus condiciones de validez y de sus presupuestos sobre el “ser” del mundo. Reflexionar sobre lo que el mundo “es”, al entrelazar conocimiento con existencia, nos ayuda a comprender que todo predominio de un marco ontológicoepistemológico hegemónico representa la imposibilidad para el surgimiento no sólo de formas alternativas de “conocer el mundo” sino, sobre todo, de habitarlo, hablando ético-políticamente.
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