De los nombres del Orinoco
- Autores
- Acosta Saignes, Miguel
- Año de publicación
- 1959
- Idioma
- español castellano
- Tipo de recurso
- artículo
- Estado
- versión publicada
- Descripción
- Volvamos ahora la vista sobre el Orinoco —escribía Michelena y Rojas en 1867— sobre ese bello país privilegiado por la naturaleza: selvas eran sus márgenes e incultas 266 años ha, cuando se descubrió; y selvas e incultas, pero sin la población indígena que antes tenía, son las mismas que hoy existen. . . ” Podríamos exclamar otra vez como el viajero de tanto empeño orinoquense: “Volvamos ahora la vista sobre el Orinoco”. Dragarán su vieja boca de limos, arenas, aluviones; extraerán de sus montañas marginales millones de toneladas de hierro que seguirá la senda extranjera del petróleo; intensificarán el tráfico por sus aguas tantas veces cruzadas por las ingenuas piraguas monóxilas de los antiguos habitantes de sus márgenes; le enmendarán la estructura deltana, impidiéndole que abra y cierre caños, zurza rumbos, enmiende rutas, modifique trazados por entre la selva terminal. Y quizá comiencen a llamarle de otra manera. Ya en otras ocasiones, extranjeros codiciosos de su caudalosa riqueza lo intentaron. Por eso digamos ahora un poco de la historia de los nombres que ha tenido. Ellos son también su propia historia, la de los hombres que en remotos días cruzaron, en busca del mar, con descenso veloz, desde más allá de los raudales; la de los mansos Arawacos, artífices de esbeltas cerámicas: la de los que intentaron penetrar el secreto de sus cabeceras escondidas; la de los Caribes inestables, aguerridos, religiosos, dionisíacos; la de árboles de extrañas resinas y peces sanguinarios; la de los Otomacos geófagos y alegres.
Universidad Nacional de La Plata - Materia
-
Historia
Antropología
Orinoco - Nivel de accesibilidad
- acceso abierto
- Condiciones de uso
- http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/
- Repositorio
- Institución
- Universidad Nacional de La Plata
- OAI Identificador
- oai:sedici.unlp.edu.ar:10915/92723
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Volvamos ahora la vista sobre el Orinoco —escribía Michelena y Rojas en 1867— sobre ese bello país privilegiado por la naturaleza: selvas eran sus márgenes e incultas 266 años ha, cuando se descubrió; y selvas e incultas, pero sin la población indígena que antes tenía, son las mismas que hoy existen. . . ” Podríamos exclamar otra vez como el viajero de tanto empeño orinoquense: “Volvamos ahora la vista sobre el Orinoco”. Dragarán su vieja boca de limos, arenas, aluviones; extraerán de sus montañas marginales millones de toneladas de hierro que seguirá la senda extranjera del petróleo; intensificarán el tráfico por sus aguas tantas veces cruzadas por las ingenuas piraguas monóxilas de los antiguos habitantes de sus márgenes; le enmendarán la estructura deltana, impidiéndole que abra y cierre caños, zurza rumbos, enmiende rutas, modifique trazados por entre la selva terminal. Y quizá comiencen a llamarle de otra manera. Ya en otras ocasiones, extranjeros codiciosos de su caudalosa riqueza lo intentaron. Por eso digamos ahora un poco de la historia de los nombres que ha tenido. Ellos son también su propia historia, la de los hombres que en remotos días cruzaron, en busca del mar, con descenso veloz, desde más allá de los raudales; la de los mansos Arawacos, artífices de esbeltas cerámicas: la de los que intentaron penetrar el secreto de sus cabeceras escondidas; la de los Caribes inestables, aguerridos, religiosos, dionisíacos; la de árboles de extrañas resinas y peces sanguinarios; la de los Otomacos geófagos y alegres. |
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