Bioplaguicidas, uso, eficacia, regulación y mercado

Autores
Pizzolitto, Romina Paola; Dambolena, José Sebastián; Zygadlo, Julio Alberto
Año de publicación
2017
Idioma
español castellano
Tipo de recurso
parte de libro
Estado
versión publicada
Descripción
En los próximos años la producción agropecuaria y las áreas de cultivo deberán ser incrementadas significativamente, para poder cumplir con las necesidades de una población humana que presenta una elevada tasa de crecimiento (Pavela, 2016). El aumento de las áreas de producción agropecuaria no representa una solución, ya que la desaparición de las áreas naturales trae consigo problemas en la provisión de agua dulce, perdida de diversidad biológica y desertificación. Entre las variables a utilizar para cumplir con estos propósitos se destacan la conservación de la calidad de los suelos, la mejora en el acceso tecnológico a los productores agropecuarios, pero la ventaja que más predomina es mejorar la gestión de manejo de las plagas que afectan a los alimentos a lo largo de toda la cadena de producción. Una de las etapas en la producción de alimentos es su almacenamiento, en esta fase más de 37 especies de insectos, descriptos como plagas de granos almacenados, pueden deteriorar el material biológico con el agravante de actuar como agentes de dispersión de microorganismos (Herrera et al., 2015; Soujanya et al., 2016). Más del 40% de los alimentos producidos se pierden por la acción de diferentes plagas (Chandler et al., 2011). Para lograr que los alimentos producidos y almacenados lleguen a los consumidores en optimas condiciones, la industria química comenzó a incursionar en el tema de los plaguicidas como una herramienta de control. En 1932 se produjo el 2-metil-3,5-dinitrofenol considerado el primer herbicida orgánico, dando de esta forma comienzo al uso de los herbicidas sintéticos en la producción agrícola. A partir de 1945 con los herbicidas: ácido 2-(2,4-diclorofenoxi) acético (2,4-D) y 2-metil-4-cloro-fenoxiacético (MCPA) se amplió la diversidad de sustancias a utilizar en las granjas para el control de las malezas. En 1934 se descubrió la actividad fungicida de los ditiocarbamatos y bis-ditiocarbamatos, y posteriormente se desarrollaron los fungicidas de contacto, dando lugar en 1976 al surgimiento de cimoxanil, el primer fungicida sistémico. En 1939 P.H. Muller descubrió el DDT (dicloro difenil tricloroetano), el primer insecticida sintético. Con la aparición de estos nuevos productos el éxito en la producción se incrementó, lo que estimulo la investigación para el desarrollo de nuevas moléculas sintéticas bioactivas. Actualmente en el mercado existe aproximadamente unos 900 productos químicos para el control de las plagas que afectan la producción agrícola (Gross, 2014, Harding & Raizada, 2015; Chandler et al., 2011). Aunque hay que reconocer que gran parte de la producción agropecuaria se vio incrementada por el uso de estos productos químicos (organoclorados, organofosforados, carbamatos y piretroides), también se debe mencionar que su empleo está asociado a las siguientes problemáticas:i) El mal manejo en las dosis de aplicación dejan residuos que contaminan el agua y el suelo.ii) La falta de controles trajo problemas de salud en los trabajadores rurales durante la manufactura, la manipulación y su aplicación.iii) Aplicaciones cuyas dosis no fueron racionalmente elaboradas fueron creando poblaciones de plagas resistentes o bien resultaron en la formación de plagas secundarias.iv) Efecto sobre organismos beneficiosos que resultaron en la pérdida de productividad, ejemplo polinizadores. Esto llevo a los consumidores y organizaciones de agricultores a ejercer una mayor presión sobre los gobiernos en el control por el uso de los plaguicidas sintéticos, tanto por la salud de las personas que forma parte de la cadena de cosecha, acumulación y transporte de la producción agropecuaria, como por los consumidores que no quieren los residuos de estas sustancias en los alimentos. En el marco de tal situación, los gobiernos respondieron a estos problemas con medidas reglamentarias, ejemplo de ello fue la prohibición a partir de 1972 de la utilización del DDT. Desde 1996 la EPA de Estados Unidos, establece el término de plaguicidas de ?riesgo reducido?, reevaluando los niveles de seguridad para la presencia de residuos de plaguicidas en los alimentos. En este marco global, la OMS declaró al 2,4-D como agente carcinogénico y estos productos comenzaron a ser revisados desde un punto de vista toxicológico en los diferentes países. En la actualidad los plaguicidas químicos sintéticos son los productos químicos más regulados y controlados (Isman, 2006; Chandler et al., 2011; Cai & Gu, 2016). A partir del año 2001, la regulación de la comunidad europea 1107/09, prohíbe productos con potencial capacidad de cancerígenos o teratógenos (Pelaez & Mizukawa, 2017). Estas disposiciones generan una mayor presión para el control de las plagas en los almacenes o silos de acopio de granos u otros alimentos, donde no se puede aplicar plaguicidas que dejen residuos y que puedan dañar la salud de la población. Es en esta fase de la producción agropecuaria donde los bioplaguicidas toman mayor importancia. Sin embargo, debido a las regulaciones actuales, los elevados costos de registros para los nuevos productos y la escases de evaluaciones realizadas a campo, pocos son los nuevos productos naturales bioactivos, diponibles para el control de las plagas.
Fil: Pizzolitto, Romina Paola. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
Fil: Dambolena, José Sebastián. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
Fil: Zygadlo, Julio Alberto. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
Materia
BIOPLAGUICIDAS
USOS
MERCADO
REGLAMENTACION
Nivel de accesibilidad
acceso abierto
Condiciones de uso
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Repositorio
CONICET Digital (CONICET)
Institución
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En 1932 se produjo el 2-metil-3,5-dinitrofenol considerado el primer herbicida orgánico, dando de esta forma comienzo al uso de los herbicidas sintéticos en la producción agrícola. A partir de 1945 con los herbicidas: ácido 2-(2,4-diclorofenoxi) acético (2,4-D) y 2-metil-4-cloro-fenoxiacético (MCPA) se amplió la diversidad de sustancias a utilizar en las granjas para el control de las malezas. En 1934 se descubrió la actividad fungicida de los ditiocarbamatos y bis-ditiocarbamatos, y posteriormente se desarrollaron los fungicidas de contacto, dando lugar en 1976 al surgimiento de cimoxanil, el primer fungicida sistémico. En 1939 P.H. Muller descubrió el DDT (dicloro difenil tricloroetano), el primer insecticida sintético. Con la aparición de estos nuevos productos el éxito en la producción se incrementó, lo que estimulo la investigación para el desarrollo de nuevas moléculas sintéticas bioactivas. Actualmente en el mercado existe aproximadamente unos 900 productos químicos para el control de las plagas que afectan la producción agrícola (Gross, 2014, Harding & Raizada, 2015; Chandler et al., 2011). Aunque hay que reconocer que gran parte de la producción agropecuaria se vio incrementada por el uso de estos productos químicos (organoclorados, organofosforados, carbamatos y piretroides), también se debe mencionar que su empleo está asociado a las siguientes problemáticas:i) El mal manejo en las dosis de aplicación dejan residuos que contaminan el agua y el suelo.ii) La falta de controles trajo problemas de salud en los trabajadores rurales durante la manufactura, la manipulación y su aplicación.iii) Aplicaciones cuyas dosis no fueron racionalmente elaboradas fueron creando poblaciones de plagas resistentes o bien resultaron en la formación de plagas secundarias.iv) Efecto sobre organismos beneficiosos que resultaron en la pérdida de productividad, ejemplo polinizadores. Esto llevo a los consumidores y organizaciones de agricultores a ejercer una mayor presión sobre los gobiernos en el control por el uso de los plaguicidas sintéticos, tanto por la salud de las personas que forma parte de la cadena de cosecha, acumulación y transporte de la producción agropecuaria, como por los consumidores que no quieren los residuos de estas sustancias en los alimentos. En el marco de tal situación, los gobiernos respondieron a estos problemas con medidas reglamentarias, ejemplo de ello fue la prohibición a partir de 1972 de la utilización del DDT. Desde 1996 la EPA de Estados Unidos, establece el término de plaguicidas de ?riesgo reducido?, reevaluando los niveles de seguridad para la presencia de residuos de plaguicidas en los alimentos. En este marco global, la OMS declaró al 2,4-D como agente carcinogénico y estos productos comenzaron a ser revisados desde un punto de vista toxicológico en los diferentes países. En la actualidad los plaguicidas químicos sintéticos son los productos químicos más regulados y controlados (Isman, 2006; Chandler et al., 2011; Cai & Gu, 2016). A partir del año 2001, la regulación de la comunidad europea 1107/09, prohíbe productos con potencial capacidad de cancerígenos o teratógenos (Pelaez & Mizukawa, 2017). Estas disposiciones generan una mayor presión para el control de las plagas en los almacenes o silos de acopio de granos u otros alimentos, donde no se puede aplicar plaguicidas que dejen residuos y que puedan dañar la salud de la población. Es en esta fase de la producción agropecuaria donde los bioplaguicidas toman mayor importancia. Sin embargo, debido a las regulaciones actuales, los elevados costos de registros para los nuevos productos y la escases de evaluaciones realizadas a campo, pocos son los nuevos productos naturales bioactivos, diponibles para el control de las plagas.Fil: Pizzolitto, Romina Paola. 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A partir de 1945 con los herbicidas: ácido 2-(2,4-diclorofenoxi) acético (2,4-D) y 2-metil-4-cloro-fenoxiacético (MCPA) se amplió la diversidad de sustancias a utilizar en las granjas para el control de las malezas. En 1934 se descubrió la actividad fungicida de los ditiocarbamatos y bis-ditiocarbamatos, y posteriormente se desarrollaron los fungicidas de contacto, dando lugar en 1976 al surgimiento de cimoxanil, el primer fungicida sistémico. En 1939 P.H. Muller descubrió el DDT (dicloro difenil tricloroetano), el primer insecticida sintético. Con la aparición de estos nuevos productos el éxito en la producción se incrementó, lo que estimulo la investigación para el desarrollo de nuevas moléculas sintéticas bioactivas. Actualmente en el mercado existe aproximadamente unos 900 productos químicos para el control de las plagas que afectan la producción agrícola (Gross, 2014, Harding & Raizada, 2015; Chandler et al., 2011). Aunque hay que reconocer que gran parte de la producción agropecuaria se vio incrementada por el uso de estos productos químicos (organoclorados, organofosforados, carbamatos y piretroides), también se debe mencionar que su empleo está asociado a las siguientes problemáticas:i) El mal manejo en las dosis de aplicación dejan residuos que contaminan el agua y el suelo.ii) La falta de controles trajo problemas de salud en los trabajadores rurales durante la manufactura, la manipulación y su aplicación.iii) Aplicaciones cuyas dosis no fueron racionalmente elaboradas fueron creando poblaciones de plagas resistentes o bien resultaron en la formación de plagas secundarias.iv) Efecto sobre organismos beneficiosos que resultaron en la pérdida de productividad, ejemplo polinizadores. Esto llevo a los consumidores y organizaciones de agricultores a ejercer una mayor presión sobre los gobiernos en el control por el uso de los plaguicidas sintéticos, tanto por la salud de las personas que forma parte de la cadena de cosecha, acumulación y transporte de la producción agropecuaria, como por los consumidores que no quieren los residuos de estas sustancias en los alimentos. En el marco de tal situación, los gobiernos respondieron a estos problemas con medidas reglamentarias, ejemplo de ello fue la prohibición a partir de 1972 de la utilización del DDT. Desde 1996 la EPA de Estados Unidos, establece el término de plaguicidas de ?riesgo reducido?, reevaluando los niveles de seguridad para la presencia de residuos de plaguicidas en los alimentos. En este marco global, la OMS declaró al 2,4-D como agente carcinogénico y estos productos comenzaron a ser revisados desde un punto de vista toxicológico en los diferentes países. En la actualidad los plaguicidas químicos sintéticos son los productos químicos más regulados y controlados (Isman, 2006; Chandler et al., 2011; Cai & Gu, 2016). A partir del año 2001, la regulación de la comunidad europea 1107/09, prohíbe productos con potencial capacidad de cancerígenos o teratógenos (Pelaez & Mizukawa, 2017). Estas disposiciones generan una mayor presión para el control de las plagas en los almacenes o silos de acopio de granos u otros alimentos, donde no se puede aplicar plaguicidas que dejen residuos y que puedan dañar la salud de la población. Es en esta fase de la producción agropecuaria donde los bioplaguicidas toman mayor importancia. Sin embargo, debido a las regulaciones actuales, los elevados costos de registros para los nuevos productos y la escases de evaluaciones realizadas a campo, pocos son los nuevos productos naturales bioactivos, diponibles para el control de las plagas.
Fil: Pizzolitto, Romina Paola. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
Fil: Dambolena, José Sebastián. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
Fil: Zygadlo, Julio Alberto. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Córdoba. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales. Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal; Argentina
description En los próximos años la producción agropecuaria y las áreas de cultivo deberán ser incrementadas significativamente, para poder cumplir con las necesidades de una población humana que presenta una elevada tasa de crecimiento (Pavela, 2016). El aumento de las áreas de producción agropecuaria no representa una solución, ya que la desaparición de las áreas naturales trae consigo problemas en la provisión de agua dulce, perdida de diversidad biológica y desertificación. Entre las variables a utilizar para cumplir con estos propósitos se destacan la conservación de la calidad de los suelos, la mejora en el acceso tecnológico a los productores agropecuarios, pero la ventaja que más predomina es mejorar la gestión de manejo de las plagas que afectan a los alimentos a lo largo de toda la cadena de producción. Una de las etapas en la producción de alimentos es su almacenamiento, en esta fase más de 37 especies de insectos, descriptos como plagas de granos almacenados, pueden deteriorar el material biológico con el agravante de actuar como agentes de dispersión de microorganismos (Herrera et al., 2015; Soujanya et al., 2016). Más del 40% de los alimentos producidos se pierden por la acción de diferentes plagas (Chandler et al., 2011). Para lograr que los alimentos producidos y almacenados lleguen a los consumidores en optimas condiciones, la industria química comenzó a incursionar en el tema de los plaguicidas como una herramienta de control. En 1932 se produjo el 2-metil-3,5-dinitrofenol considerado el primer herbicida orgánico, dando de esta forma comienzo al uso de los herbicidas sintéticos en la producción agrícola. A partir de 1945 con los herbicidas: ácido 2-(2,4-diclorofenoxi) acético (2,4-D) y 2-metil-4-cloro-fenoxiacético (MCPA) se amplió la diversidad de sustancias a utilizar en las granjas para el control de las malezas. En 1934 se descubrió la actividad fungicida de los ditiocarbamatos y bis-ditiocarbamatos, y posteriormente se desarrollaron los fungicidas de contacto, dando lugar en 1976 al surgimiento de cimoxanil, el primer fungicida sistémico. En 1939 P.H. Muller descubrió el DDT (dicloro difenil tricloroetano), el primer insecticida sintético. Con la aparición de estos nuevos productos el éxito en la producción se incrementó, lo que estimulo la investigación para el desarrollo de nuevas moléculas sintéticas bioactivas. Actualmente en el mercado existe aproximadamente unos 900 productos químicos para el control de las plagas que afectan la producción agrícola (Gross, 2014, Harding & Raizada, 2015; Chandler et al., 2011). Aunque hay que reconocer que gran parte de la producción agropecuaria se vio incrementada por el uso de estos productos químicos (organoclorados, organofosforados, carbamatos y piretroides), también se debe mencionar que su empleo está asociado a las siguientes problemáticas:i) El mal manejo en las dosis de aplicación dejan residuos que contaminan el agua y el suelo.ii) La falta de controles trajo problemas de salud en los trabajadores rurales durante la manufactura, la manipulación y su aplicación.iii) Aplicaciones cuyas dosis no fueron racionalmente elaboradas fueron creando poblaciones de plagas resistentes o bien resultaron en la formación de plagas secundarias.iv) Efecto sobre organismos beneficiosos que resultaron en la pérdida de productividad, ejemplo polinizadores. Esto llevo a los consumidores y organizaciones de agricultores a ejercer una mayor presión sobre los gobiernos en el control por el uso de los plaguicidas sintéticos, tanto por la salud de las personas que forma parte de la cadena de cosecha, acumulación y transporte de la producción agropecuaria, como por los consumidores que no quieren los residuos de estas sustancias en los alimentos. En el marco de tal situación, los gobiernos respondieron a estos problemas con medidas reglamentarias, ejemplo de ello fue la prohibición a partir de 1972 de la utilización del DDT. Desde 1996 la EPA de Estados Unidos, establece el término de plaguicidas de ?riesgo reducido?, reevaluando los niveles de seguridad para la presencia de residuos de plaguicidas en los alimentos. En este marco global, la OMS declaró al 2,4-D como agente carcinogénico y estos productos comenzaron a ser revisados desde un punto de vista toxicológico en los diferentes países. En la actualidad los plaguicidas químicos sintéticos son los productos químicos más regulados y controlados (Isman, 2006; Chandler et al., 2011; Cai & Gu, 2016). A partir del año 2001, la regulación de la comunidad europea 1107/09, prohíbe productos con potencial capacidad de cancerígenos o teratógenos (Pelaez & Mizukawa, 2017). Estas disposiciones generan una mayor presión para el control de las plagas en los almacenes o silos de acopio de granos u otros alimentos, donde no se puede aplicar plaguicidas que dejen residuos y que puedan dañar la salud de la población. Es en esta fase de la producción agropecuaria donde los bioplaguicidas toman mayor importancia. Sin embargo, debido a las regulaciones actuales, los elevados costos de registros para los nuevos productos y la escases de evaluaciones realizadas a campo, pocos son los nuevos productos naturales bioactivos, diponibles para el control de las plagas.
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