La novena ola del abismo a la luz
- Autores
- Abel, Rodrigo
- Año de publicación
- 2025
- Idioma
- español castellano
- Tipo de recurso
- artículo
- Estado
- versión publicada
- Descripción
- Basta con un hálito de las entrañas del mar para que se vuelva destino. La última ola, colosal, se alza como una muralla acuosa y arrasa con todo a su paso. Para los marinos, no es solo parte del oleaje: es un mito, una sentencia. La novena ola, dice la creencia popular, es la más feroz de la tormenta, la que impone el último juicio. Su cólera es el umbral entre la devastación y la supervivencia. Desde tiempos inmemoriales, ha sido símbolo del peligro supremo y, paradójicamente, de prueba final. Si logras sortearla, el mar te confiere el renacer. Pero, ¿por qué la novena? Esta numerología no es casualidad, sino que está cargada de un misticismo profundo que ha atravesado culturas y tiempos. Nueve son las musas griegas, hijas de Zeus y Mnemosine, guardianas de la inspiración. Nueve círculos posee el infierno dantesco, y el último, el más apartado de Dios, está reservado para el mayor de los pecados: la traición. Nueve meses navega a ciegas el ser humano hasta encontrar la luz. La Ciudad Prohibida, en China, celebra el poder imperial a través de este número, y en la mitología nórdica, Odín se sacrificó colgado en el Yggdrasil durante nueve días y nueve noches. No es, por tanto, fruto del capricho que este número se asocie con el mito de la novena ola. Antes que cifras, los números son símbolos; con ellos, tratamos de dar orden a lo inaprensible. En la cultura rusa, el nueve fraterniza con la fatalidad y la transformación. El azar es ajeno a la recurrente presencia de la imagen artística de la novena ola, una creencia de tal magnitud, que ha surcado los mares de múltiples siglos, estilos y corrientes estéticas. El Romanticismo, embelesado por lo sublime, hizo suya esta idea. En 1850, Iván Aivazovski la materializó en su obra más célebre, La novena ola. La exquisitez de su pincel no solo irriga el ímpetu del océano, sino que impregna el lienzo de contrastes absolutos: día y noche, vida y muerte, la pugna entre el poder destructor de la Naturaleza y la frágil resistencia del hombre. Sobre los vestigios del navío, marineros se aferran a su última oportunidad, mientras el amenazante océano los rodea y el amanecer insinúa una salvación incierta. Mediante un uso magistral de la luz y el color, Aivazovski nos revela la batalla entre lo cálido y lo frío, la oscuridad y el alba, el terror de la tormenta y la apacible gracia de la luz.
Facultad de Artes
Instituto de Historia del Arte Argentino y Americano - Materia
-
Artes
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simbolismo
Artes plásticas - Nivel de accesibilidad
- acceso abierto
- Condiciones de uso
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- Universidad Nacional de La Plata
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Basta con un hálito de las entrañas del mar para que se vuelva destino. La última ola, colosal, se alza como una muralla acuosa y arrasa con todo a su paso. Para los marinos, no es solo parte del oleaje: es un mito, una sentencia. La novena ola, dice la creencia popular, es la más feroz de la tormenta, la que impone el último juicio. Su cólera es el umbral entre la devastación y la supervivencia. Desde tiempos inmemoriales, ha sido símbolo del peligro supremo y, paradójicamente, de prueba final. Si logras sortearla, el mar te confiere el renacer. Pero, ¿por qué la novena? Esta numerología no es casualidad, sino que está cargada de un misticismo profundo que ha atravesado culturas y tiempos. Nueve son las musas griegas, hijas de Zeus y Mnemosine, guardianas de la inspiración. Nueve círculos posee el infierno dantesco, y el último, el más apartado de Dios, está reservado para el mayor de los pecados: la traición. Nueve meses navega a ciegas el ser humano hasta encontrar la luz. La Ciudad Prohibida, en China, celebra el poder imperial a través de este número, y en la mitología nórdica, Odín se sacrificó colgado en el Yggdrasil durante nueve días y nueve noches. No es, por tanto, fruto del capricho que este número se asocie con el mito de la novena ola. Antes que cifras, los números son símbolos; con ellos, tratamos de dar orden a lo inaprensible. En la cultura rusa, el nueve fraterniza con la fatalidad y la transformación. El azar es ajeno a la recurrente presencia de la imagen artística de la novena ola, una creencia de tal magnitud, que ha surcado los mares de múltiples siglos, estilos y corrientes estéticas. El Romanticismo, embelesado por lo sublime, hizo suya esta idea. En 1850, Iván Aivazovski la materializó en su obra más célebre, La novena ola. La exquisitez de su pincel no solo irriga el ímpetu del océano, sino que impregna el lienzo de contrastes absolutos: día y noche, vida y muerte, la pugna entre el poder destructor de la Naturaleza y la frágil resistencia del hombre. Sobre los vestigios del navío, marineros se aferran a su última oportunidad, mientras el amenazante océano los rodea y el amanecer insinúa una salvación incierta. Mediante un uso magistral de la luz y el color, Aivazovski nos revela la batalla entre lo cálido y lo frío, la oscuridad y el alba, el terror de la tormenta y la apacible gracia de la luz. |
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