Vino nuevo en odres viejos: Sobre la banalización de las ideas en las prácticas de enseñanza
- Autores
- Arias Camacho, Alvaro Guillermo Augusto
- Año de publicación
- 2014
- Idioma
- español castellano
- Tipo de recurso
- artículo
- Estado
- versión aceptada
- Descripción
- “No se puede echar vino nuevo en odres viejos”. Esta célebre frase dicha por Cristo en el Evangelio de Marcos, hacía alusión a una práctica necesaria en aquellos tiempos para la conservación del vino recién elaborado, que consistía en verterlo en recipientes de cuero nuevo (odres), dado que estos tenían la propiedad de estirarse y soportar así la expansión de gases producida en el proceso de fermentación del vino. El problema con los odres viejos era que ya no podían estirarse más, con lo cual, el proceso de fermentación del nuevo vino terminaría haciendo que se rompan y se derrame el vino. La metáfora es muy sugerente: las ideas revolucionarias no son, por sí solas, suficientes para generar cambios; estos solo se producen cuando las nuevas ideas fermentan en una estructura de pensamiento dispuesta a expandirse, tal como un odre nuevo. Esto me lleva a pensar en dos desafíos que conlleva la práctica de educar: por un lado, la de producir vino nuevo, es decir, ser una práctica generadora de pensamiento original, de nuevas ideas, con la potencialidad de emancipar y transformar a los sujetos (y por lo tanto una práctica creativa y no meramente reproductora). Por otro lado, educar requiere trabajar en la preparación de odres nuevos. Esto no es otra cosa que contribuir a la conformación de personas con criterio, con capacidad de juicio y decisión, a fin de propiciar las condiciones de posibilidad de cambio en las mentalidades (que en este caso vienen a ser los odres). La experiencia nos muestra que las ideas emancipatorias colocadas en el andamiaje de las viejas estructuras de pensamiento (entendidas como estructuras culturales de dominación) sólo conducen a la condenación y censura de las nuevas ideas o, lo que es peor, a reforzar practicas gatopardistas de dominación. Con lo planteado hasta aquí lo que se pretende es enfatizar que todo proceso educativo verdaderamente significativo consiste en generar pensamiento para posibilitar pensamiento. Donde lo segundo no puede darse sin lo primero, y donde lo primero debe generar lo segundo porque, de otro modo, se trataría de un mero proceso de reproducción. Aquí, no obstante, me interesa detenerme en el segundo desafío planteado, el de la educación como posibilitadora de odres nuevos, poniendo el foco en las prácticas de enseñanza. Desde aquí vale la pena preguntarnos qué debe caracterizar a una enseñanza para que esta pueda contribuir a la constitución de mentalidades con potencialidad de expansión, con capacidad de generar pensamiento propio. Entendiendo que todo proceso emancipatorio necesita el desocultamiento y el cuestionamiento de los presupuestos (sociales, históricos, políticos…) de la realidad que se pretende modificar, podemos señalar que ello requiere también el cuestionamiento de los presupuestos de nuestro propio cuestionamiento, a fin de poder reconocer en qué medida los que cuestionamos somos también parte de esa misma realidad, y en qué medida nuestra lucha no hace más que reforzar las reglas de juego vigentes. Educarse implica entonces convertirse uno mismo en parte del problema. Reconocer en que parte del problema social, político, económico, cultural, etc… de mi comunidad y de mi mundo me encuentro, y de qué forma particular contribuyo al sistema vigente. Reconocer como he llegado allí y porqué me mantengo en ese lugar. Es así que no puedo educarme sin autocrítica y sin develar lo que hay más allá (y también más acá) de mi filiación teórica y epistemológica. En un contexto así es más factible que el educando pueda tener un diálogo más genuino y más sincero (y por lo tanto más fructífero) con las ideas, entendiendo que una idea o un pensamiento no es transformador en sí, sino en relación a un sujeto socio-histórico (por ello cuando hablo de ideas transformadoras me refiero en el presente trabajo 3 al contenido de su discurso en relación al contexto social e histórico dado y al discurso vigente en el mismo). Cuando ello no sucede se desemboca en un fetichismo de las ideas (si vale el término). Esto consiste en desvirtuar o encorsetar las ideas transformadoras, no mediante su negación, supresión u ocultamiento sino, paradójicamente, mediante su divulgación y difusión, pero en un modo o en un ambiente propicios para su disecación y exposición como mero objeto de interés en las vitrinas académicas. Se toma una idea y se la despoja de su potencialidad transformadora para considerársela como algo sobre lo que, en definitiva, solo es importante conocer, hablar y discutir. Con ello aun las ideas más revolucionarias pueden llegar a convertirse en nada más que una mera declaración de principios o postulados, o en artículos para la venta en el mercado de las producciones intelectuales, pero no en pilares para construcciones intelectuales significativas o para la gestación de procesos de cambio en algún aspecto de la realidad.
Fil: Arias Camacho, Alvaro Guillermo Augusto. Universidad Nacional de San Luis. Facultad de Humanidades; Argentina - Materia
-
Educación
Ideología educativa
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Fetichismo - Nivel de accesibilidad
- acceso abierto
- Condiciones de uso
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- Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
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La metáfora es muy sugerente: las ideas revolucionarias no son, por sí solas, suficientes para generar cambios; estos solo se producen cuando las nuevas ideas fermentan en una estructura de pensamiento dispuesta a expandirse, tal como un odre nuevo. Esto me lleva a pensar en dos desafíos que conlleva la práctica de educar: por un lado, la de producir vino nuevo, es decir, ser una práctica generadora de pensamiento original, de nuevas ideas, con la potencialidad de emancipar y transformar a los sujetos (y por lo tanto una práctica creativa y no meramente reproductora). Por otro lado, educar requiere trabajar en la preparación de odres nuevos. Esto no es otra cosa que contribuir a la conformación de personas con criterio, con capacidad de juicio y decisión, a fin de propiciar las condiciones de posibilidad de cambio en las mentalidades (que en este caso vienen a ser los odres). La experiencia nos muestra que las ideas emancipatorias colocadas en el andamiaje de las viejas estructuras de pensamiento (entendidas como estructuras culturales de dominación) sólo conducen a la condenación y censura de las nuevas ideas o, lo que es peor, a reforzar practicas gatopardistas de dominación. Con lo planteado hasta aquí lo que se pretende es enfatizar que todo proceso educativo verdaderamente significativo consiste en generar pensamiento para posibilitar pensamiento. Donde lo segundo no puede darse sin lo primero, y donde lo primero debe generar lo segundo porque, de otro modo, se trataría de un mero proceso de reproducción. Aquí, no obstante, me interesa detenerme en el segundo desafío planteado, el de la educación como posibilitadora de odres nuevos, poniendo el foco en las prácticas de enseñanza. Desde aquí vale la pena preguntarnos qué debe caracterizar a una enseñanza para que esta pueda contribuir a la constitución de mentalidades con potencialidad de expansión, con capacidad de generar pensamiento propio. Entendiendo que todo proceso emancipatorio necesita el desocultamiento y el cuestionamiento de los presupuestos (sociales, históricos, políticos…) de la realidad que se pretende modificar, podemos señalar que ello requiere también el cuestionamiento de los presupuestos de nuestro propio cuestionamiento, a fin de poder reconocer en qué medida los que cuestionamos somos también parte de esa misma realidad, y en qué medida nuestra lucha no hace más que reforzar las reglas de juego vigentes. Educarse implica entonces convertirse uno mismo en parte del problema. Reconocer en que parte del problema social, político, económico, cultural, etc… de mi comunidad y de mi mundo me encuentro, y de qué forma particular contribuyo al sistema vigente. Reconocer como he llegado allí y porqué me mantengo en ese lugar. Es así que no puedo educarme sin autocrítica y sin develar lo que hay más allá (y también más acá) de mi filiación teórica y epistemológica. En un contexto así es más factible que el educando pueda tener un diálogo más genuino y más sincero (y por lo tanto más fructífero) con las ideas, entendiendo que una idea o un pensamiento no es transformador en sí, sino en relación a un sujeto socio-histórico (por ello cuando hablo de ideas transformadoras me refiero en el presente trabajo 3 al contenido de su discurso en relación al contexto social e histórico dado y al discurso vigente en el mismo). Cuando ello no sucede se desemboca en un fetichismo de las ideas (si vale el término). 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