Autoridad y poder en Foucault y Ranciere

Autores
Sota, Eduardo
Año de publicación
2014
Idioma
español castellano
Tipo de recurso
artículo
Estado
versión aceptada
Descripción
En el marco del debate pedagógico actual, la temática que refiere a la formación del ciudadano para la democracia, recibe tratamientos muy diversos, entre los que se destaca la teoría social centrada en la emancipación social, como condición de criticidad. El campo educativo es un contexto privilegiado, no menos que el político, para indagar los mecanismos por los que circula el poder y de qué manera los liderazgos o roles investidos de autoridad pedagógica logran instituir visiones y actuaciones en el mundo social. En tal sentido y tratando de abordar la complejidad involucrada, en este trabajo presentamos un desarrollo sobre las nociones de poder y autoridad y sus derivaciones pedagógicas. Específicamente, nuestro trabajo consistirá en examinar la caracterización que las teorías de Foucault y Ranciere hacen del circuito del poder y sus posibles relaciones con la autoridad pedagógica: si ésta es un mero epifenómeno de aquella y/o su legitimación o, por el contrario, la autoridad corre en paralelo y en contraposición al poder ya que su validación obedece a una lógica exenta de relaciones de poder. En un segundo momento, se realizará un análisis comparativo, desde una perspectiva evaluativa, a los fines de inferir los programas normativos que se derivan de las respectivas teorías; esto es, si propician o no una nueva modalidad de autoridad pedagógica y cómo caracterizan o prescriben la disolución de la misma. Con este horizonte de contrastación teórica, nos valdremos de un marco conceptual, como el que a continuación presentamos, que fungirá como una instancia bajo la cual se analizarán y evaluarán las teorías en cuestión para, finalmente, destacar los aspectos que serán evaluados comparativamente, en particular, las dimensiones normativas y axiológicas y su papel en relación a la legitimación del orden instituido o de la remoción emancipatoria del mismo. Uno de los síntomas más elocuentes de la crisis educativa, según nos advierte Arendt, es su expansión hacia espacios previos al político, tales como el educativo, donde la autoridad siempre se aceptó como un imperativo natural. El hecho de que esta autoridad “prepolítica que rige las relaciones entre adultos y niños, entre profesores y alumnos, ya no sea firme significa que todas las metáforas y modelos antiguamente aceptados de las relaciones autoritarias perdieron su carácter admisible. Tanto en la práctica como en la teoría, ya no estamos en condiciones de saber qué es verdaderamente la autoridad” (Arendt, 1996), aunque sí podemos señalar su vinculación con una red de nociones emparentadas, tales como libertad, autonomía, heteronomía, violencia y poder. La palabra ‘poder’ se manifiesta en el habla de los ciudadanos pero también en el lenguaje técnico de las ciencias sociales. En ambos campos, en el del lenguaje cotidiano como en el disciplinario, se produce la dualidad spinoziana de sentidos que proceden de su etimología latina. Empleamos el verbo poder para atribuir a un sujeto una facultad, capacidad o disposición natural (potentia) y para referirnos al dominio sobre otro (potestas). En el primer sentido, podríamos referirnos a la inteligencia, la habilidad o la laboriosidad, a las cualidades de una persona; en el segundo, al ejercicio, actual o potencial, de una relación asimétrica de subordinación. La distinción puede reflejarse en las preposiciones que, típicamente, acompañarían al verbo: poder para como distinto de poder sobre. A estas tensiones les son inherentes y se entrelazan con ellas la noción de “autoridad” la cual reproduce, a su manera, algunas de las dicotomías citadas, ya que se la puede concebir como un epifenómeno del poder o que excluya los medios externos de coacción o, en todo caso, se presente como propiedad de un poder legítimo: “la autoctoritas –que deriva del verbo augere, “aumentar”- aporta un “aumento” necesario para la validez de un acto emanado de una persona o grupo que no pueden, por sí solos, validarlo plenamente” (Revault d’Allonnes: 2008). Ahora bien, con la Modernidad se provoca un desplazamiento de la autoridad que reposaba en el peso de la tradición y del pasado, hacia la capacidad de autonomía y autorreflexión. La autoridad se ve así, sometida al escrutinio del tribunal de la razón por lo que autoridad y razón se convierten en términos de una disyunción excluyente. Su lugar problemático deriva, en parte, de su vecindad y diferenciación de la coacción por la fuerza como de la persuasión por argumentos. En efecto, y al parecer de Arendt, la autoridad excluye el uso de medios coactivos ya que “se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa. Por otra parte, autoridad y persuasión son incompatibles, porque la segunda presupone la igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Cuando se utilizan los argumentos, la autoridad permanece en situación latente” (Arendt, 1996). Cabe entonces preguntarnos por el sentido del término en cuestión –“autoridad”- ya que, en parte, está privado de muchos de los significados que cobijaba a la vez que ha adoptado otros cambiando, asimismo, sus relaciones con nociones colindantes, tales como las de poder. Bajo este trasfondo conceptual, llevaremos a cabo nuestro examen analítico de precisión de los términos en cuestión pero en el marco específico de las teorías ya citadas a los fines de determinar cómo las mismas articulan, y de qué manera, las nociones de poder y autoridad en el dominio educativo.
Fil: Sota, Eduardo. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades; Argentina
Materia
Educación
Democracia
Autoridad pedagógica
Poder en educación
Nivel de accesibilidad
acceso abierto
Condiciones de uso
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/
Repositorio
RIDAA (UNICEN)
Institución
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
OAI Identificador
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Específicamente, nuestro trabajo consistirá en examinar la caracterización que las teorías de Foucault y Ranciere hacen del circuito del poder y sus posibles relaciones con la autoridad pedagógica: si ésta es un mero epifenómeno de aquella y/o su legitimación o, por el contrario, la autoridad corre en paralelo y en contraposición al poder ya que su validación obedece a una lógica exenta de relaciones de poder. En un segundo momento, se realizará un análisis comparativo, desde una perspectiva evaluativa, a los fines de inferir los programas normativos que se derivan de las respectivas teorías; esto es, si propician o no una nueva modalidad de autoridad pedagógica y cómo caracterizan o prescriben la disolución de la misma. Con este horizonte de contrastación teórica, nos valdremos de un marco conceptual, como el que a continuación presentamos, que fungirá como una instancia bajo la cual se analizarán y evaluarán las teorías en cuestión para, finalmente, destacar los aspectos que serán evaluados comparativamente, en particular, las dimensiones normativas y axiológicas y su papel en relación a la legitimación del orden instituido o de la remoción emancipatoria del mismo. Uno de los síntomas más elocuentes de la crisis educativa, según nos advierte Arendt, es su expansión hacia espacios previos al político, tales como el educativo, donde la autoridad siempre se aceptó como un imperativo natural. El hecho de que esta autoridad “prepolítica que rige las relaciones entre adultos y niños, entre profesores y alumnos, ya no sea firme significa que todas las metáforas y modelos antiguamente aceptados de las relaciones autoritarias perdieron su carácter admisible. Tanto en la práctica como en la teoría, ya no estamos en condiciones de saber qué es verdaderamente la autoridad” (Arendt, 1996), aunque sí podemos señalar su vinculación con una red de nociones emparentadas, tales como libertad, autonomía, heteronomía, violencia y poder. La palabra ‘poder’ se manifiesta en el habla de los ciudadanos pero también en el lenguaje técnico de las ciencias sociales. En ambos campos, en el del lenguaje cotidiano como en el disciplinario, se produce la dualidad spinoziana de sentidos que proceden de su etimología latina. Empleamos el verbo poder para atribuir a un sujeto una facultad, capacidad o disposición natural (potentia) y para referirnos al dominio sobre otro (potestas). En el primer sentido, podríamos referirnos a la inteligencia, la habilidad o la laboriosidad, a las cualidades de una persona; en el segundo, al ejercicio, actual o potencial, de una relación asimétrica de subordinación. La distinción puede reflejarse en las preposiciones que, típicamente, acompañarían al verbo: poder para como distinto de poder sobre. A estas tensiones les son inherentes y se entrelazan con ellas la noción de “autoridad” la cual reproduce, a su manera, algunas de las dicotomías citadas, ya que se la puede concebir como un epifenómeno del poder o que excluya los medios externos de coacción o, en todo caso, se presente como propiedad de un poder legítimo: “la autoctoritas –que deriva del verbo augere, “aumentar”- aporta un “aumento” necesario para la validez de un acto emanado de una persona o grupo que no pueden, por sí solos, validarlo plenamente” (Revault d’Allonnes: 2008). Ahora bien, con la Modernidad se provoca un desplazamiento de la autoridad que reposaba en el peso de la tradición y del pasado, hacia la capacidad de autonomía y autorreflexión. La autoridad se ve así, sometida al escrutinio del tribunal de la razón por lo que autoridad y razón se convierten en términos de una disyunción excluyente. Su lugar problemático deriva, en parte, de su vecindad y diferenciación de la coacción por la fuerza como de la persuasión por argumentos. En efecto, y al parecer de Arendt, la autoridad excluye el uso de medios coactivos ya que “se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa. Por otra parte, autoridad y persuasión son incompatibles, porque la segunda presupone la igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Cuando se utilizan los argumentos, la autoridad permanece en situación latente” (Arendt, 1996). Cabe entonces preguntarnos por el sentido del término en cuestión –“autoridad”- ya que, en parte, está privado de muchos de los significados que cobijaba a la vez que ha adoptado otros cambiando, asimismo, sus relaciones con nociones colindantes, tales como las de poder. Bajo este trasfondo conceptual, llevaremos a cabo nuestro examen analítico de precisión de los términos en cuestión pero en el marco específico de las teorías ya citadas a los fines de determinar cómo las mismas articulan, y de qué manera, las nociones de poder y autoridad en el dominio educativo.Fil: Sota, Eduardo. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades; ArgentinaUniversidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Humanas. 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Tanto en la práctica como en la teoría, ya no estamos en condiciones de saber qué es verdaderamente la autoridad” (Arendt, 1996), aunque sí podemos señalar su vinculación con una red de nociones emparentadas, tales como libertad, autonomía, heteronomía, violencia y poder. La palabra ‘poder’ se manifiesta en el habla de los ciudadanos pero también en el lenguaje técnico de las ciencias sociales. En ambos campos, en el del lenguaje cotidiano como en el disciplinario, se produce la dualidad spinoziana de sentidos que proceden de su etimología latina. Empleamos el verbo poder para atribuir a un sujeto una facultad, capacidad o disposición natural (potentia) y para referirnos al dominio sobre otro (potestas). En el primer sentido, podríamos referirnos a la inteligencia, la habilidad o la laboriosidad, a las cualidades de una persona; en el segundo, al ejercicio, actual o potencial, de una relación asimétrica de subordinación. La distinción puede reflejarse en las preposiciones que, típicamente, acompañarían al verbo: poder para como distinto de poder sobre. A estas tensiones les son inherentes y se entrelazan con ellas la noción de “autoridad” la cual reproduce, a su manera, algunas de las dicotomías citadas, ya que se la puede concebir como un epifenómeno del poder o que excluya los medios externos de coacción o, en todo caso, se presente como propiedad de un poder legítimo: “la autoctoritas –que deriva del verbo augere, “aumentar”- aporta un “aumento” necesario para la validez de un acto emanado de una persona o grupo que no pueden, por sí solos, validarlo plenamente” (Revault d’Allonnes: 2008). Ahora bien, con la Modernidad se provoca un desplazamiento de la autoridad que reposaba en el peso de la tradición y del pasado, hacia la capacidad de autonomía y autorreflexión. La autoridad se ve así, sometida al escrutinio del tribunal de la razón por lo que autoridad y razón se convierten en términos de una disyunción excluyente. Su lugar problemático deriva, en parte, de su vecindad y diferenciación de la coacción por la fuerza como de la persuasión por argumentos. En efecto, y al parecer de Arendt, la autoridad excluye el uso de medios coactivos ya que “se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa. Por otra parte, autoridad y persuasión son incompatibles, porque la segunda presupone la igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Cuando se utilizan los argumentos, la autoridad permanece en situación latente” (Arendt, 1996). Cabe entonces preguntarnos por el sentido del término en cuestión –“autoridad”- ya que, en parte, está privado de muchos de los significados que cobijaba a la vez que ha adoptado otros cambiando, asimismo, sus relaciones con nociones colindantes, tales como las de poder. Bajo este trasfondo conceptual, llevaremos a cabo nuestro examen analítico de precisión de los términos en cuestión pero en el marco específico de las teorías ya citadas a los fines de determinar cómo las mismas articulan, y de qué manera, las nociones de poder y autoridad en el dominio educativo.
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Específicamente, nuestro trabajo consistirá en examinar la caracterización que las teorías de Foucault y Ranciere hacen del circuito del poder y sus posibles relaciones con la autoridad pedagógica: si ésta es un mero epifenómeno de aquella y/o su legitimación o, por el contrario, la autoridad corre en paralelo y en contraposición al poder ya que su validación obedece a una lógica exenta de relaciones de poder. En un segundo momento, se realizará un análisis comparativo, desde una perspectiva evaluativa, a los fines de inferir los programas normativos que se derivan de las respectivas teorías; esto es, si propician o no una nueva modalidad de autoridad pedagógica y cómo caracterizan o prescriben la disolución de la misma. Con este horizonte de contrastación teórica, nos valdremos de un marco conceptual, como el que a continuación presentamos, que fungirá como una instancia bajo la cual se analizarán y evaluarán las teorías en cuestión para, finalmente, destacar los aspectos que serán evaluados comparativamente, en particular, las dimensiones normativas y axiológicas y su papel en relación a la legitimación del orden instituido o de la remoción emancipatoria del mismo. Uno de los síntomas más elocuentes de la crisis educativa, según nos advierte Arendt, es su expansión hacia espacios previos al político, tales como el educativo, donde la autoridad siempre se aceptó como un imperativo natural. El hecho de que esta autoridad “prepolítica que rige las relaciones entre adultos y niños, entre profesores y alumnos, ya no sea firme significa que todas las metáforas y modelos antiguamente aceptados de las relaciones autoritarias perdieron su carácter admisible. Tanto en la práctica como en la teoría, ya no estamos en condiciones de saber qué es verdaderamente la autoridad” (Arendt, 1996), aunque sí podemos señalar su vinculación con una red de nociones emparentadas, tales como libertad, autonomía, heteronomía, violencia y poder. La palabra ‘poder’ se manifiesta en el habla de los ciudadanos pero también en el lenguaje técnico de las ciencias sociales. En ambos campos, en el del lenguaje cotidiano como en el disciplinario, se produce la dualidad spinoziana de sentidos que proceden de su etimología latina. Empleamos el verbo poder para atribuir a un sujeto una facultad, capacidad o disposición natural (potentia) y para referirnos al dominio sobre otro (potestas). En el primer sentido, podríamos referirnos a la inteligencia, la habilidad o la laboriosidad, a las cualidades de una persona; en el segundo, al ejercicio, actual o potencial, de una relación asimétrica de subordinación. La distinción puede reflejarse en las preposiciones que, típicamente, acompañarían al verbo: poder para como distinto de poder sobre. A estas tensiones les son inherentes y se entrelazan con ellas la noción de “autoridad” la cual reproduce, a su manera, algunas de las dicotomías citadas, ya que se la puede concebir como un epifenómeno del poder o que excluya los medios externos de coacción o, en todo caso, se presente como propiedad de un poder legítimo: “la autoctoritas –que deriva del verbo augere, “aumentar”- aporta un “aumento” necesario para la validez de un acto emanado de una persona o grupo que no pueden, por sí solos, validarlo plenamente” (Revault d’Allonnes: 2008). Ahora bien, con la Modernidad se provoca un desplazamiento de la autoridad que reposaba en el peso de la tradición y del pasado, hacia la capacidad de autonomía y autorreflexión. La autoridad se ve así, sometida al escrutinio del tribunal de la razón por lo que autoridad y razón se convierten en términos de una disyunción excluyente. Su lugar problemático deriva, en parte, de su vecindad y diferenciación de la coacción por la fuerza como de la persuasión por argumentos. En efecto, y al parecer de Arendt, la autoridad excluye el uso de medios coactivos ya que “se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa. Por otra parte, autoridad y persuasión son incompatibles, porque la segunda presupone la igualdad y opera a través de un proceso de argumentación. Cuando se utilizan los argumentos, la autoridad permanece en situación latente” (Arendt, 1996). Cabe entonces preguntarnos por el sentido del término en cuestión –“autoridad”- ya que, en parte, está privado de muchos de los significados que cobijaba a la vez que ha adoptado otros cambiando, asimismo, sus relaciones con nociones colindantes, tales como las de poder. 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