Foucault en Marx: La producción del sujeto y el sujeto de la producción
- Autores
- Candioti, Miguel
- Año de publicación
- 2016
- Idioma
- español castellano
- Tipo de recurso
- documento de conferencia
- Estado
- versión publicada
- Descripción
- Este trabajo apunta a mostrar ciertas relaciones de complementariedad que pueden trazarse entre los pensamientos de Marx y de Foucault en lo que respecta a la cuestión del poder. Si bien el primero de estos autores ciertamente carece de la refinada teoría política del segundo, proporciona, a diferencia de éste, un análisis histórico-crítico del funcionamiento de la producción en un sentido global, dentro del cual el poder entendido como coerción u opresión se muestra sólo como una forma enajenada del poder social, y de ningún modo como un elemento esencial a las relaciones sociales. Esto último es muchas veces sugerido por la microfísica del poder foucaultiana, la cual, aun sin perder jamás la perspectiva histórica, tiende muchas veces a convertirse así en una suerte de metafísica del poder (opresivo), desde el momento en que implícitamente presupone y proyecta, por sobre las diversas declinaciones del mismo, su carácter inherente a lo social en todas sus manifestaciones. De este modo, mientras que Foucault indaga las diversas formas producción del sujeto como efecto de ese supuesto poder (coercitivo) fundamental, Marx analiza a la sociedad y a su trabajo total como el sujeto real de toda producción de poder, y entiende por -poder social- la suma de capacidades y potencialidades desarrolladas por los individuos asociados, entre las cuales la opresión no aparece como un rasgo esencial o eterno, sino sólo como característica de una sociedad cuyo poder se presenta fragmentado y enajenado. En efecto, a diferencia de la filosofía moderna tradicional, para Marx el sujeto propiamente dicho no es nunca el individuo aislado, que constituye una mera abstracción, sino el trabajo social, osea, la actividad humana total de los individuos en sociedad. Se trata, pues, de un sujeto colectivo, que, en tanto tal, no se comporta jamás como un único sujeto individual (que es lo que insinúan los enfoques especulativos de lo social, como el hegeliano). Y es precisamente a este sujeto colectivo, históricamente cambiante, a lo que se refieren las categorías de esencia humana y de enajenación en Marx, a diferencia de lo que habitualmente se piensa cuando se confunde el uso marxiano de estas categorías con las concepciones de Hegel y de Feuerbach, que son muy diferentes (también entre sí) porque reducen la enajenación a un fenómeno meramente cognitivo, intelectual-ideológico y subjetivo-individual. Para Marx, en cambio, la enajenación es ante todo una situación real, práctica, material, en la que se encuentra la sociedad cuando enajena su propio poder colectivo a partir de la existencia de la propiedad privada de los medios de producción y del Estado (como medio de producción de orden). Es esa enajenación material del poder social la que se traduce en el -valor- y en el aparente poder autónomo tanto de las mercancías como de las clases poseedoras y los diversos sujetos opresores, cuyas cualidades no se muestran como lo que son, meras objetivaciones del trabajo social, sino como propiedades que les son esenciales: de ahí el fetichismo que se adhiere a los productos sociales -objetivos y subjetivos- en este tipo de sociedad. Entendemos así que la teoría marxiana del valor contiene toda una teoría de la enajenación del poder social que es profundamente compatible con la teoría foucaultiana del poder. Le proporciona además un marco teórico de análisis de la producción en general que hace posible captar no sólo el carácter relacional e impersonal del poder coercitivo, sino también que su sustancia, al igual que la del -valor-, está dada por transfiguración del trabajo social, característica de una sociedad que produce de manera privada, ajena. Como es sabido, el propio Foucault distinguía entre Marx y -el marxismo-. Al primero lo trataba como a un maestro, mientras que al segundo (declinado así en singular, como si no hubiera una inmensa ariedad de tradiciones marxistas) lo consideraba como una modalidad de poder (coercitivo), tomando como referencias, casi exclusivamente, el marxismo de Sartre, el de Althusser y el stalinismo; e ignorando a autores como, por ejemplo, Antonio Gramsci, quien también daba, como el mismo Foucault, una primacía a lo político entendido como relaciones de fuerza que atraviesan toda la sociedad. En cualquier caso, es indudable que el reconocimiento explícito e implícito que Foucault hace de las aportaciones de Marx no incluye una asimilación acabada de la teoría materialista-práctica de la enajenación del trabajo social y su poder, que le hubiera permitido al autor francés colocar dentro de la tradición del pensamiento socialista más refinado sus agudos análisis de los mecanismos sociales de coerción. En cambio, Foucault toma considerable distancia del socialismo in toto, y sus posturas acaban así fortaleciendo más bien un individualismo anárquico radical. No obstante, es indudable que el filósofo galo acierta -como también lo hace Gramsci- al rechazar la teleología marxista (que hasta cierto punto tiene su base en el propio Marx) distinguiéndola adecuadamente de la activa lucha política -en sentido amplio- por la auténtica colectivización de los medios de producción y la eliminación del Estado (lucha que ciertamente no era y no es la propia de los mal llamados "socialismos reales").
Fil: Candioti, Miguel. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Salta. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades. Universidad Nacional de Jujuy. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades; Argentina
II Congreso Argentino de Filosofía del Norte Grande
San Salvador de Jujuy
Argentina
Universidad Nacional de Jujuy. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Materia
-
KARL MARX
MICHEL FOUCAULT
SUJETO
PRODUCCIÓN - Nivel de accesibilidad
- acceso abierto
- Condiciones de uso
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Esto último es muchas veces sugerido por la microfísica del poder foucaultiana, la cual, aun sin perder jamás la perspectiva histórica, tiende muchas veces a convertirse así en una suerte de metafísica del poder (opresivo), desde el momento en que implícitamente presupone y proyecta, por sobre las diversas declinaciones del mismo, su carácter inherente a lo social en todas sus manifestaciones. De este modo, mientras que Foucault indaga las diversas formas producción del sujeto como efecto de ese supuesto poder (coercitivo) fundamental, Marx analiza a la sociedad y a su trabajo total como el sujeto real de toda producción de poder, y entiende por -poder social- la suma de capacidades y potencialidades desarrolladas por los individuos asociados, entre las cuales la opresión no aparece como un rasgo esencial o eterno, sino sólo como característica de una sociedad cuyo poder se presenta fragmentado y enajenado. En efecto, a diferencia de la filosofía moderna tradicional, para Marx el sujeto propiamente dicho no es nunca el individuo aislado, que constituye una mera abstracción, sino el trabajo social, osea, la actividad humana total de los individuos en sociedad. Se trata, pues, de un sujeto colectivo, que, en tanto tal, no se comporta jamás como un único sujeto individual (que es lo que insinúan los enfoques especulativos de lo social, como el hegeliano). Y es precisamente a este sujeto colectivo, históricamente cambiante, a lo que se refieren las categorías de esencia humana y de enajenación en Marx, a diferencia de lo que habitualmente se piensa cuando se confunde el uso marxiano de estas categorías con las concepciones de Hegel y de Feuerbach, que son muy diferentes (también entre sí) porque reducen la enajenación a un fenómeno meramente cognitivo, intelectual-ideológico y subjetivo-individual. 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En cualquier caso, es indudable que el reconocimiento explícito e implícito que Foucault hace de las aportaciones de Marx no incluye una asimilación acabada de la teoría materialista-práctica de la enajenación del trabajo social y su poder, que le hubiera permitido al autor francés colocar dentro de la tradición del pensamiento socialista más refinado sus agudos análisis de los mecanismos sociales de coerción. En cambio, Foucault toma considerable distancia del socialismo in toto, y sus posturas acaban así fortaleciendo más bien un individualismo anárquico radical. No obstante, es indudable que el filósofo galo acierta -como también lo hace Gramsci- al rechazar la teleología marxista (que hasta cierto punto tiene su base en el propio Marx) distinguiéndola adecuadamente de la activa lucha política -en sentido amplio- por la auténtica colectivización de los medios de producción y la eliminación del Estado (lucha que ciertamente no era y no es la propia de los mal llamados "socialismos reales").Fil: Candioti, Miguel. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Salta. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades. Universidad Nacional de Jujuy. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades; ArgentinaII Congreso Argentino de Filosofía del Norte GrandeSan Salvador de JujuyArgentinaUniversidad Nacional de Jujuy. 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Como es sabido, el propio Foucault distinguía entre Marx y -el marxismo-. Al primero lo trataba como a un maestro, mientras que al segundo (declinado así en singular, como si no hubiera una inmensa ariedad de tradiciones marxistas) lo consideraba como una modalidad de poder (coercitivo), tomando como referencias, casi exclusivamente, el marxismo de Sartre, el de Althusser y el stalinismo; e ignorando a autores como, por ejemplo, Antonio Gramsci, quien también daba, como el mismo Foucault, una primacía a lo político entendido como relaciones de fuerza que atraviesan toda la sociedad. 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No obstante, es indudable que el filósofo galo acierta -como también lo hace Gramsci- al rechazar la teleología marxista (que hasta cierto punto tiene su base en el propio Marx) distinguiéndola adecuadamente de la activa lucha política -en sentido amplio- por la auténtica colectivización de los medios de producción y la eliminación del Estado (lucha que ciertamente no era y no es la propia de los mal llamados "socialismos reales"). Fil: Candioti, Miguel. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro Científico Tecnológico Conicet - Salta. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades. Universidad Nacional de Jujuy. Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades; Argentina II Congreso Argentino de Filosofía del Norte Grande San Salvador de Jujuy Argentina Universidad Nacional de Jujuy. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales |
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Este trabajo apunta a mostrar ciertas relaciones de complementariedad que pueden trazarse entre los pensamientos de Marx y de Foucault en lo que respecta a la cuestión del poder. Si bien el primero de estos autores ciertamente carece de la refinada teoría política del segundo, proporciona, a diferencia de éste, un análisis histórico-crítico del funcionamiento de la producción en un sentido global, dentro del cual el poder entendido como coerción u opresión se muestra sólo como una forma enajenada del poder social, y de ningún modo como un elemento esencial a las relaciones sociales. Esto último es muchas veces sugerido por la microfísica del poder foucaultiana, la cual, aun sin perder jamás la perspectiva histórica, tiende muchas veces a convertirse así en una suerte de metafísica del poder (opresivo), desde el momento en que implícitamente presupone y proyecta, por sobre las diversas declinaciones del mismo, su carácter inherente a lo social en todas sus manifestaciones. De este modo, mientras que Foucault indaga las diversas formas producción del sujeto como efecto de ese supuesto poder (coercitivo) fundamental, Marx analiza a la sociedad y a su trabajo total como el sujeto real de toda producción de poder, y entiende por -poder social- la suma de capacidades y potencialidades desarrolladas por los individuos asociados, entre las cuales la opresión no aparece como un rasgo esencial o eterno, sino sólo como característica de una sociedad cuyo poder se presenta fragmentado y enajenado. En efecto, a diferencia de la filosofía moderna tradicional, para Marx el sujeto propiamente dicho no es nunca el individuo aislado, que constituye una mera abstracción, sino el trabajo social, osea, la actividad humana total de los individuos en sociedad. Se trata, pues, de un sujeto colectivo, que, en tanto tal, no se comporta jamás como un único sujeto individual (que es lo que insinúan los enfoques especulativos de lo social, como el hegeliano). Y es precisamente a este sujeto colectivo, históricamente cambiante, a lo que se refieren las categorías de esencia humana y de enajenación en Marx, a diferencia de lo que habitualmente se piensa cuando se confunde el uso marxiano de estas categorías con las concepciones de Hegel y de Feuerbach, que son muy diferentes (también entre sí) porque reducen la enajenación a un fenómeno meramente cognitivo, intelectual-ideológico y subjetivo-individual. Para Marx, en cambio, la enajenación es ante todo una situación real, práctica, material, en la que se encuentra la sociedad cuando enajena su propio poder colectivo a partir de la existencia de la propiedad privada de los medios de producción y del Estado (como medio de producción de orden). Es esa enajenación material del poder social la que se traduce en el -valor- y en el aparente poder autónomo tanto de las mercancías como de las clases poseedoras y los diversos sujetos opresores, cuyas cualidades no se muestran como lo que son, meras objetivaciones del trabajo social, sino como propiedades que les son esenciales: de ahí el fetichismo que se adhiere a los productos sociales -objetivos y subjetivos- en este tipo de sociedad. Entendemos así que la teoría marxiana del valor contiene toda una teoría de la enajenación del poder social que es profundamente compatible con la teoría foucaultiana del poder. Le proporciona además un marco teórico de análisis de la producción en general que hace posible captar no sólo el carácter relacional e impersonal del poder coercitivo, sino también que su sustancia, al igual que la del -valor-, está dada por transfiguración del trabajo social, característica de una sociedad que produce de manera privada, ajena. Como es sabido, el propio Foucault distinguía entre Marx y -el marxismo-. Al primero lo trataba como a un maestro, mientras que al segundo (declinado así en singular, como si no hubiera una inmensa ariedad de tradiciones marxistas) lo consideraba como una modalidad de poder (coercitivo), tomando como referencias, casi exclusivamente, el marxismo de Sartre, el de Althusser y el stalinismo; e ignorando a autores como, por ejemplo, Antonio Gramsci, quien también daba, como el mismo Foucault, una primacía a lo político entendido como relaciones de fuerza que atraviesan toda la sociedad. En cualquier caso, es indudable que el reconocimiento explícito e implícito que Foucault hace de las aportaciones de Marx no incluye una asimilación acabada de la teoría materialista-práctica de la enajenación del trabajo social y su poder, que le hubiera permitido al autor francés colocar dentro de la tradición del pensamiento socialista más refinado sus agudos análisis de los mecanismos sociales de coerción. En cambio, Foucault toma considerable distancia del socialismo in toto, y sus posturas acaban así fortaleciendo más bien un individualismo anárquico radical. No obstante, es indudable que el filósofo galo acierta -como también lo hace Gramsci- al rechazar la teleología marxista (que hasta cierto punto tiene su base en el propio Marx) distinguiéndola adecuadamente de la activa lucha política -en sentido amplio- por la auténtica colectivización de los medios de producción y la eliminación del Estado (lucha que ciertamente no era y no es la propia de los mal llamados "socialismos reales"). |
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